Rutinas fragmentadas
Leyendo un libro de José Luis Rodríguez Jiménez encuentro una cita interesante: «El egoísmo y la codicia son a la amistad lo que el tiempo y la rutina a la pasión: Sus más peligrosos enemigos.«. De los muchos cauces por los que puede transitar a continuación mi pensamiento, elijo pensar en la rutina, algo muy apropiado dados aquel momento y lugar.
Estoy en el bar que hay bajo mi casa, siguiendo la tradición de degustar unas tostadas acompañadas de aceite y tomate que encuentran el cómplice perfecto en un zumo de naranja recién exprimido. Lo que un día fue un experimento es hoy, una rutina, pero no una gris y mustia, sino una elección diaria que acaba siendo la misma que el día anterior, de entre todas las posibilidades… me quedo con esa. Durante años he temido el lado oscuro de la rutina, cómo convierte las elecciones en hábitos, y como esos hábitos acaban siendo acciones que realizamos sin pensar qué es lo que necesitamos en cada momento, dónde queremos estar, qué queremos hacer, quienes queremos ser.
Me digo a mi mismo que elijo aquello, pero la sombra de la duda me persigue de cerca. ¿Podría acaso probar otros sitios próximos? Quizás encontraría un zumo mejor, o unas tostadas más sabrosas, está claro que los churros, normalmente tan pringosos, no son un buen modo de comenzar el día. El café tampoco es una opción, nunca le encontré el gusto y dejé de intentarlo, para mi el día debe empezar con un zumo, tan delicioso como revitalizante.
Me dejan la cuenta en la mesa, y ahí si, la rutina paga por mi, sin ser consciente del importe, el crédito de la costumbre.
Mientras muerdo una tostada pienso en cuantos días llevo sentándome en ese bar para comenzar el día así, ni días ni semanas parecen apropiados… ¿Cuantos meses? Sé que he convivido con las estaciones, pero sin duda es ahora, con Sol, el mejor momento para disfrutar de la terraza, nunca sabe mejor el desayuno que cuando los rayos matutinos ocupan las sillas y mesas vacías.
Muerdo de nuevo la tostada, un sorbo al zumo, y sigo pensando en la rutina mientras intento convencerme de que lo mío, no lo es, o que si lo es… es una rutina buena, no todas las rutinas son malas «¿O si?», susurra mi conciencia incordiándome.
Entre pensamientos cruzados y con mi mente ocupada en otras cosas se sienta en la mesa de en frente una chica preciosa. El debate de pensamientos y murmullos a 20 voces que hay en mi cabeza se queda en silencio, y esas 20 partes de la conciencia giran su cabeza para asomarse por mis retinas y contemplar aquel imprevisto espectáculo.
Sus movimientos elegantes, su belleza dulce… ni palabras ni pensamientos salen de mi durante unos segundos eternos, hasta que de repente, alguien en mi cabeza susurra «¡Curiosa alteración de la rutina!«, y no me doy cuenta de que me desenmascaro a mi mismo con ese pensamiento. Sigo absorto contemplándola, fijándome en aquellos labios gruesos, esos ojos que parecen grises, su pelo negro liso y que le llega donde empieza ase sensual cuello… es tan pequeña que dan ganas de abrazarla, lleva una camiseta de tirantes que promete ser tan cómoda como sexy me resulta, y unos vaqueros ceñidos que acaban en unas zapatillas coloristas y originales.
Me mira y supongo que mi postura, tostada en mano y con curioso gesto facial, hacen que esboce una sonrisa que me recuerda esos días de primavera cuando una nube deja de tapar el sol y la luz lo inunda todo. Tardo en darme cuenta de que se reía de mi, o conmigo, según el nivel de autoestima y la actitud vital, y entonces miro al zumo avergonzado esperando que me proteja su pulpa para esconderme en ella.
Se acerca el camarero a la chica y esta le dice: «¿Me pones lo mismo que ese chico?»
Levanto la mirada y mientras el camarero se retira, ella me mira. Me prometo sostener su mirada, y en mi falsa valentía, esos 5 segundos parecen una victoria. Cuando dos personas se miran así, es como si uno revolviera un baúl en el alma del otro y viceversa, puedes encontrar de todo. De algún modo yo sentía que ella había encontrado preguntas temblorosas, y que yo había encontrado orden y equilibrio, serenidad y respuestas, paz y Norte.
Pero mi cobarde valentía me hizo mirar de nuevo al zumo. Incluso no me pareció mala idea darle un sorbo.
De repente empezó a caerme mal la rutina, que esconde demasiado bien momentos como aquel.
Le llegó su desayuno, y mientras ella comenzaba, yo acabé el mío.
Seguí ojeando el libro aunque mi cabeza no procesaba las palabras y solo pensaba en cuanto debía esperar para levantar la cabeza de nuevo y contemplar aquél espectáculo sin que se me notara mucho. Entre nervios, miradas devueltas, relojes olvidados y sonrisas tímidas… ella acabó el desayuno. Dejó el importe en el platito donde estaba el ticket y se levantó con calma, y tras coger el bolso se giró hacia mi y me dijo:
– «¿Mañana a la misma hora?»
Las veinte criaturas que discutían en mi cabeza poco antes gritaron a la vez, y yo lo vocalicé:
«¡Claro! ehhhh Si, estupendo»
Y dijo adiós con su sonrisa más bonita.
La rutina fragmentada en mil pedazos no suena como cristales,
sino como brisa fresca.
Con el tiempo y los desayunos,
hicimos de aquel momento una guerra conjunta contra el tedio.
Comenzamos a disfrutar la libertad…
de elegir cada día estar al lado del otro.
Ella sería la mirada traviesa que ejercería de cómplice para matar todas mis rutinas.
Image from Stockvault. Called «Freedom», from Cofaru Alexandru (thanks)
¡Preciosa historia! Témome que soy una romántica incurable, y leer un texto tan dulce con final feliz me ensancha el corazón un poquito más y aviva su color rojo.
¡Un beso!
Gracias tesoro,
por tu cariño y por estar siempre ahí.
Un abrazo enorme
A veces necesitamos una rutina que nos dé una cierta estructura, siempre que no perdamos la capacidad de sorprendernos por los detalles…
Abrazo con zumo de naranja