Piel

Contemplándola de cerca, a veces, deja de parecerme una superficie más.
Esos fotogramas en los que contemplo una piel que parece tan suave, mientras me cruzo con alguien en el metro o en la calle, y observo alguno de sus lunares. Recuerdo el sabor en mi boca de un cuerpo que recorrer sin prisas, día tras día, y siento en mis dedos los centímetros de perfección que rodean la leve desnudez de mujeres con las que me cruzo ¿Lo sabrán? ¿Alguien le hará sentir eso con su boca y sus caricias?
Pero es sólo un segundo, muy de vez en cuando, quizás menos…
El resto del tiempo pienso en la maldición de no codiciar un cuerpo sin saber lo que esconde, en la lección agridulce de que la más perfecta de las bellezas, escondida en un cuerpo de mujer, resulta hueca sin una conexión más allá de esa piel… e incluso por otro breve instante añoro no ser un cazador sin alma, capaz de perseguir a las más bellas presas sediento del sabor de cada centímetro de su cuerpo.
Los lunares, el vello que se estremecería al paso de mis manos, el sabor de unas curvas tan hermosas como un amanecer en la playa, todas esas cosas quedaron relegadas por ese extraño encantamiento que parecía un regalo, y que durante esas breves fracciones de segundo, desearía no haber obtenido.
El resto del tiempo sigo esforzándome en dejar de creer en destinos y casualidades, y cuando contemplo la belleza puesta de manifiesto a mi lado, tan solo veo una extraña tela de seda, que no me dice nada.

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