Relato corto: «Sujetando el Alma» (Parte II/Final)

Primera parte

Pocos días después el Dr. Edwin Carpenter conoció a la persona que había respondido su carta. Se trataba de un anciano cuya cara transmitía dulzura y tranquilidad. Hacía años que había perdido a su esposa, y afirmaba que estaba en completa paz con el mundo, y que, de algún modo, sabía que pronto le tocaría hacer el viaje sin retorno. Afirmaba que siempre le había encantado la ciencia, y que si podía aportar algo a ese mundo, lo haría encantado.
 
Edwin no sabía muy bien cómo plantear aquello, se quedó pensativo durante un buen rato, pues aunque aquella idea le había definido gran parte de las cosas que debía hacer, no tenía la menor idea de cómo abordar el problema… «¿Disculpe? ¿Sabe usted cuando va a morir?», «¿Cuando le viene mejor morirse?»… las frases pasaban por su cabeza y todas sonaban más ridículas que las anteriores que se le habían ocurrido.
Lorenzo era el nombre del anciano con el que tenía la entrevista, y con la sabiduría acumulada supo entender qué pasaba por la mente del Dr. Carpenter.
– No se preocupe – dijo – Creo que esta semana podremos resolverlo, así lo siento.
Carpenter le sonrió entre avergonzado y aliviado, no fue capaz de decir nada.
– Si me lo permite – añadió el anciano – le avisaré cuando lo considere necesario.
Edwin le tendió un papel con sus datos de contacto, y sonrió.
– Gracias Lorenzo.
 
Cuatro días después, el Dr. Carpenter recibió una llamada. Su paciente estaba listo, se encontraba bien y tranquilo, y completamente preparado para el viaje sin retorno. Había dejado todo listo en su casa, que cedería a la parroquia local para su uso y disfrute, había solucionado papeles y dejado mensajes para las dos o tres personas que los merecían. Lorenzo había sentido cómo el viento perdía fuerza y llegaba su momento, de ahí que con una gran tranquilidad lo preparara todo para acabar dejando una pequeña última huella en el mundo.
 
El Dr. Carpenter pasó a recogerlo y lo llevó a una sala privada en el hospital dónde había desarrollado su vida laboral. Ya tenía lista una habitación especial para Lorenzo, rodeada de modernas máquinas repletas de sensores y con una cómoda butaca en la que se sentaría las horas de espera. Había pedido la ayuda de un becario de la universidad que haría una tesis con el Dr. Carpenter, y Eli, su ayudante, estaba allí dispuesta a todo.
 
Lorenzo llegó a la habitación y se cambió de ropa, dejando la suya bien doblada en una maleta. Se vistió el camisón y le dedicó una sonrisa a un Dr. Carpenter que tenía las facciones algo sombrías, pues aquel momento era más duro de lo que había considerado que sería. El anciano le hizo un par de gestos para animarlo, y se acurrucó en la cama. En ella hizo unos gestos de placer, como si llevara mucho tiempo deseando sentirse tan liviano y cómodo.
El doctor puso ante él un preparado de hierbas había desarrollado durante años, basándose en los secretos de los Cayuga. Abrió los ojos y le pidió al doctor si podría conseguirle un zumo de naranja. Edwin sonrió y le pidió a Eli que bajara al restaurante a por uno.
Ambos charlaron durante esos minutos de trivialidades y anécdotas vitales, se les pasó volando el tiempo hasta que llegó el zumo que Lorenzo digirió de un solo sorbo justo después de comer ese preparado de hierbas semi sólido que Edwin había preparado, poniendo cara de satisfacción, reflejando lo bueno que estaba.
 
Luego se tendió en la cama y se fue relajando poco a poco.
– Gracias Dr. Carpenter, por esta oportunidad – añadió entre dientes.
Edwin se emocionó, no sabía que decir, pero debía decir algo – Gracias a usted, Don Lorenzo, por ayudarnos en esto.
– brrr no es nada… lo mismo es que es lo mismo… – dijo el anciano
 
Poco después, Lorenzo se quedó dormido, con un gesto placentero que mostraba paz y tranquilidad. En el monitor, la estabilidad y la calma perduraron un par de horas, y de repente, su ritmo cardiaco comenzó a descender, lentamente, sin alterar su gesto. Poco a poco, las pulsaciones se acercaban a cero mientras Edwin contemplaba triste y curioso un momento así, inmerso en una mezcla de sentimientos compleja dado por un lado el afecto que le había cogido al anciano y por otro, el cercano momento cumbre en su investigación.
 
15… indicaba el monitor, 12… unos segundos después… y mientras un corazón se apagaba, otro que lo observaba se aceleraba sin control. 8… la cara del anciano no se inmutaba, seguía placentera… cuando el monitor indicaba 6 se alteró la cuenta con un susurro del anciano – «Y llega el momento…» – y Edwin lo escuchó amplificado por los equipos que habían dispuesto mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo.
 
El monitor tardó unos segundos en pasar de 3 pulsaciones por minuto a la temida línea plana. La cara del anciano conservaba su gesto pacífico, el doctor contemplaba en vilo cada gesto, sin tener claro si pasaría algo o no, y entonces, sucedió lo imposible, el anciano hizo una tímida sonrisa y dijo aquella última frase que dejó petrificado al buen doctor:
 
– Un juego… tan solo eso… ¡Maravilloso!

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4 Respuestas

  1. Moona dice:

    ¡Me encantó! Pero… ¿parte II y final? No way! Ahora sí lo has dejado en un punto interesante. ¡¡¡Un juego!!! ¡Genial!

    ¡Besos, figura! :)

  2. Tegala dice:

    Estoy de acuerdo con Mona pero es cierto… aquí que cada lector invente lo que quiera hasta que podamos averiguarlo, y que sea dentro de mucho.
    Muy bueno, sí señor!!!

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