Serenidad en un huracán

Hoy me encontré de nuevo imaginando un collar de cuentas entre los dedos, deslizándolas una a una mientras recupero la calma. No es que mi vida sea perfecta —ni mi cuerpo, ni mi paz—, pero, contra todo pronóstico, soy capaz de sonreír y aferrarme a la calma en medio del huracán.
No es esa fase empalagosa de «gracias, universo, por cada amanecer», pero agradezco lo justo para no volverme cínico. Eso sí, mis tormentas personales siguen ahí: pequeñas, persistentes, inevitables. Como ese ser querido al que adoras pero con el que es imposible hablar —el que clava la mano en el fuego y llora porque le quema, por centésima vez.
¿Cómo le explicas que su camino es un callejón sin salida? ¿Cómo le dices que Papá Noel no existe a quien ha construido su vida alrededor de la Navidad? «Si lo crees, es real«, dirán algunos. Bueno, sí. Pero creer que llueve no moja el suelo, ni rezarle al Monstruo de Espagueti Volador llenará tu plato de albóndigas. La fantasía es cálida, pero el mundo sigue siendo de cemento.

El mundo está lleno de magufos: terraplanistas, antivacunas, gurús del «agua solarizada» y evangelistas de Herbalife. Hace años me alejé de alguien que tragaba con ese timo piramidal. ¿Cómo no perseguir estas estafas? Sencillo: cuando crecen lo suficiente, compran impunidad y los de arriba siguen ampliando su colección de Ferraris a costa de los incautos.
Imagina despertar en 10 años y descubrir que has arruinado vidas vendiendo humo. ¿Vergüenza? ¿Indignación? Nah, seguramente ya estarás demasiado ocupado contando billetes o habrás perdido todo rastro de tu alma.
Y si nos cansamos de hablar de los estafadores de batidos milagrosos, siempre podemos pasar a las religiones, los influencers tóxicos, los sanitarios antivacunas (sí, médicos que venden mentiras) y demás fauna embaucadora. Lo único que evoluciona más rápido que la estupidez humana es el marketing que la aprovecha.

Mi nuevo mantra es simple: mirar hacia adentro.
En un mundo infestado de Trumps, coachs de pacotilla y llorones profesionales,
me limito a preguntarme: ¿qué puedo cambiar yo?, mientras intento aceptar este absurdo mundo.
Así que, una vez más, repito, de un modo ateo, mi plegaria favorita.
«Dios, dame serenidad para aceptar las tonterías que no puedo cambiar,
valor para cambiar las que sí puedo (spoiler: casi ninguna),
y sabiduría para no mandar a todos a tomar por culo de una vez.»

 



📷 Imagen de Josh Sorenson en Pexels
 
 
 

 

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