Sembrando corazón
Desde la primera vez que descubrí el poder de las palabras, me ha fascinado la habilidad que tienen para resucitar y para matar, para crear y para anestesiar. No recuerdo la primera vez que ayudé a alguien con un consejo cuya sabiduría provenía del zumo exprimido a la vida, pero ver en sus ojos una luz, y sentir que yo podía habérsela contagiado, es una de las sensaciones más increíbles que hay en la vida. Que alguien se consuma en la oscuridad, y tú seas su vela, que alguien se ahogue en vida… y tu seas la bocanada que lo salve.
Y te vuelves adicto a esa sensación, y destripas los secretos del mundo, no ya solo por ti… sino por todos tus compañeros. Intentas desmenuzar los problemas para llegar a su esencia, para de ese modo poder desarmarlos en las vidas de otras personas y ayudarles en momentos en los que se han perdido o se han quedado sin agua en sus cantimploras, en esos momentos en los que la sed nace del alma y la paz parece imposible. ¿Hay algo más bonito que ser salvavidas? No hay mejor huella que dejar en el mundo, que rescatar o vitaminar otras vidas, nada más puro y honesto que sembrar trocitos de tu corazón en otras personas, y verlos crecer.

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