Sin gasolina
Hasta allí había llegado, por ahora no había más. En medio de aquella metafórica ruta 66, solo podía ver desierto salpicado de lunares verdes, y una carretera al borde de la cual me encontraba parado, una vez acabada la gasolina.
No me quedó más que sentarme a pensar, intentar sacar un poco de claridad del mapa de pensamientos en el que siempre somos tan predecibles y lineales para con nosotros mismos. ¿Cómo pensar libre? Cuando te rompes y agotado estás de rodillas, hay un instante en el cual tu pensamiento es únicamente alma, y tus prejuicios, miedos y traumas se callan para dejarte escuchar verdades más o menos cómodas.
Se trata de acostumbrarte al murmullo frenético del mundo, ignorarlo, y quedarte con los susurros que algo dentro de ti te dice, son lo más parecido al ruido que haría la respiración de un Universo al que le pintarías ojos y le obligarías a ser Dios.
Poco después, las horas ya no eran horas, no había ni prisa ni pausa.
No tardé en comprender que aquella necesaria parada era a la vez, noche y día. Noche para respirar, sentir, pensar, perdonar, soñar y encontrar una paz necesaria para que, en silencio, se llenara el depósito exhausto. Día para reemprender el camino, con la ilusión del que coge por primera vez la carretera, por muchos cientos de miles de kilómetros que lleve a sus espaldas.
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