Paralelamente
Tumbado tras una semana agotadora, deslizaba mi mano por una espalda preciosa mientras disfrutábamos de un silencio cómodo entre conversaciones. Siempre aficionado a buscar escalofríos, hacía piruetas con mis dedos, unos segundos con las yemas de los dedos, seguido de otros con las uñas, buscando en esos contrastes dar placer a mi maravillosa compañía.
Se giró hacia mi y me miró.
— ¿Recuerdas cómo nos conocimos? — dijo ella
— Cómo olvidarlo… — respondí yo
— Fue algo mágico, tan dulce, se rompió una correa de mi puñetero, y poco después, bendito bolso. Se me cayeron todas las cosas en el suelo, y en aquella estación, tu y yo éramos los últimos, yo me había quedado absorta con mi música, y tu ibas jugando a algún juego en el móvil. Supongo que volviste a la realidad, como haces a menudo, y te agachaste a ayudarme, y cuando giré mi mirada y encontré la tuya, fue algo increíble. — narraba ella deleitándose en el recuerdo.
— Si, jamás olvidaré ese instante… aquellos segundos eternos — añadí sonriente, cómplice de su recuerdo.
— ¿Crees que nos habríamos conocido de no ser por aquel momento? Quizás si yo no hubiera cogido aquel metro, o tu, o si hubiéramos elegido otros vagones… no sé ¿nos habríamos encontrado? — dijo ella casi preocupada
— No lo sé cariño, no suelo cuestionar a las parcas, pero en estos meses a tu lado me he sentido tan cómodo, que quiero creer que nos habríamos tropezado tarde o temprano. — le susurré calmando el desasosiego de sus ojos
— Sí, quizás tengas razón… si no hubiera sido ese día, quizás otro… — contestó, sin convencerme de que mi argumento la hubiera tranquilizado lo más mínimo
— No me preocupa la posibilidad de que no hubiera pasado, ahora estás aquí conmigo, desde que te conocí… lo cambiaste todo, mi única preocupación es no dejarnos vencer por la rutina, la mentira, la comodidad… no creer que te he conseguido e intentar enamorarte cada día con gestos y palabras, con miradas y caricias. Ese día el destino me hizo un regalo cuyo valor no sabría medir, y mi agradecimiento al mismo es valorarlo y mimarlo como merece. — le dije, intentando de nuevo conseguir relajarla
Me miró sonriente y traviesa, y tras dos o tres segundos deshilachándome con su mirada, me dijo juguetona — Nooooooo, ¡Yo más! — y volvió de nuevo a recostar su cabeza en la almohada, mientras yo seguía acariciando su espalda como si aquella fuera nuestra primera noche juntos.
Paralelamente, en un Universo ligeramente distinto al nuestro, dos desconocidos se tropezaban en la calle golpeándose en los morros a la salida de una tienda de electrónica. Él iba escuchando música y ella, mirando unos mensajes de sus amigas en su móvil. Tras el susto del golpe, se rieron de aquello, y sus miradas se fundieron deteniendo el tiempo, y acto seguido intercambiaron las primeras palabras, entre disculpas y vergüenza, de una conversación que duraría muchísimos años.
En aquel momento, mientras estábamos tendidos en la cama, sentimos eso que definen como cuando «alguien camina sobre tu tumba», es difícil de explicar. Nos quedamos mirándonos como si supiéramos a la vez la pregunta y la respuesta, como si le encontráramos sentido a ese pensamiento que nos llegaba desde más lejos de lo que podíamos imaginar.
Esbozamos a la par un te quiero mucho más sentido de lo que creíamos.
Y ella nunca volvió a preguntarme si de no habernos cruzado aquel día en el metro, nos habríamos conocido, por qué en el fondo… sabía la respuesta.
¡Precioso! Me has sacado una sonrisa y eso últimamente resulta difícil. Aunque yo no creo en el destino, un día pongo por escrito el relato de por qué :)
Quién sabe.
«El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía» decía un magistral Spacey en Sospechosos Habituales. Quizás, sea nuestra óptica la que dibuja esa magia que de otro modo no existiría, y quizás, cuando dejas de creer en algo, es cuando aparece para demostrarte que existe.
Gran regalo tu comentario Cova, es un honor.
Un abrazo enorme
¡¡que bonito!! :D