Por hermosa que fuera aquella chica, mis miedos eran más fuertes que ella. El cobarde siempre encuentra un camino de huida, y yo, con respecto al amor, había perdido todo valor. Demasiadas veces me habían roto el corazón, una más de las que yo podía curarlo, y había renunciado a una vida en pareja incompleta a cambio de sentirme «uno», grande y fuerte, sin renunciar ni ceder en nada, la vida es mucho más fácil cuando no tienes que complacer a nadie, y tan solo debes cuidar de ti, nadie conoce mejor lo que te gusta que tú mismo.
La miré a los ojos con tristeza y le dije – Creo que no, niña, me trae muchos recuerdos
Cabizbaja miró al suelo y solo emitió un ligero – Ahhhh
Me levanté y con una sonrisa le dije – Me ha encantado conocerte Julia, pareces una chica estupenda. Mucha suerte esta noche rellenando nubes, espero que todo te vaya como poco, la mitad de bien de lo que te mereces.
Se levantó y me miró de frente – Muchas gracias costurero de almas, que cosas muchas… y no se te descosa la tuya.
No supe si darle dos besos o un abrazo, o tenderle la mano o qué diablos hacer, así que me giré y me fui. No podía mirar atrás, solo hacia el frente, tenía que ser fuerte y este era el momento de serlo. Si mi corazón estaba roto ¿porqué me dolía? Aquel camino fue una tortura, y en mi coche estaba la balsa salvavidas. Llegué a él y vi al lado uno amarillo, supuse que sería el de ella, me subí al mio, arranqué deprisa, y cogí una carretera sin rumbo, aquella noche tenía muchas cosas que explicarme y no podría dormir… cuando tienes el corazón inflamado o helado no puedes dormir, y no tenía claro cual de los dos era mi problema.
Y recordé aquel momento de «Algo para recordar» en que la doctora hablaba con Sam, interpretado por Tom Hanks:
– Maggie.. mi mujer. Ella hacía que todo fuera bonito.
– ¿Cree que existe alguien de quien usted se pueda enamorar?
– Verá Dra.Marshal. Eso cuesta creerlo.
– ¿Qué va a hacer ahora?
– Voy a levantarme cada mañana y respirar, dentro de un tiempo no tendré que acordarme de que tengo que levantarme y respirar y dentro de un tiempo ya no tendré que pensar que hubo una época maravillosa y perfecta.
Y eso tenía que hacer, respirar y creer que todo había sido un sueño, y quizás, algún día, no tuviera que esforzarme en ello y realmente acabaría creyéndolo.
Aquella fecha, el día en que conocí a Julia, permaneció en mi mente durante meses, incluso lo anoté en mi calendario. Hice muchas cosas para entretenerme… comencé a pintar, seguí conociendo a mi guitarra, visité nuevos rincones con la idea de hacer fotos, pero no volví a aquel acantilado junto al Faro… no tenía fuerzas. Vi series, películas, salí con amigos, hice lo necesario para olvidar, pero siempre había un día en que despierto, soñaba con ella hasta que me dormía.
Un año después, salí a la calle y hacía un día igual de hermoso que el vivido 365 días antes. Había recordado en numerosas ocasiones a la muchacha de ojos verdes, y hoy era un día triste y melancólico, por mucho que me aferrara a lo que tenía, la sombra de lo sucedido me perseguía, y no sabía si creer a mi diablo o a mi santo, fuera quien fuera cualquiera de las posibilidades que había tenido aquel día.
¿Cómo habría sido mi vida si hubiera visto aquella película con ella?
Supuse que jamás lo sabría, y aquella tarde me regalé un billete de ida a un nuevo anochecer, asegurándome de que tuviera tabaco y cogiendo una botella de té verde fresquito para mejorar la experiencia del año pasado. ¡Que iluso! ¡Qué idiota! Una botella de refresco para mejorar lo inmejorable… había momentos en los que me gustaría poder darme una patada en los huevos a mi mismo.
Tras ese dulce trayecto en coche llegué de nuevo a mi faro, no se me hizo tan extraño, creo que lo echaba de menos. Me senté en la misma piedra, y apoyé a mi lado la botella de té verde, encendí un pitillo, y me convencí de que lo tenía todo, lo hice tan bien que casi me lo creí. Me fundí con el anochecer, yo era mar, era viento, y aquel sentimiento me hizo suyo, dejé de sentir mi cuerpo, estaba en equilibrio con el Universo… el verde me acariciaba, el azul del mar era mi manta, el mundo me sonreía y yo le devolvía la sonrisa más sincera que mi corazón marchito me permitía entregar, era lo más feliz… que podía ser, y era bastante, la verdad.
En medio de aquel inmenso bienestar me invadió un escalofrío que recorrió mi columna como si fuera un rayo, me quedé helado, inmóvil, como si hubiera muerto y mi alma aún siguiera presa del cuerpo.
Y en aquel preciso instante una voz conocida dijo detrás de mi – Hola
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