Estado de gracia

Ayer por la noche viví un momento legendario. Estaba con preparativos de viaje, y en cuanto pude, eché un par de partiditas al ordenador, con gran resultado para mi y nefasto para todos los que cayeron ante mi fusil en una genial simulación de la primera guerra mundial. En los descansos, echaba unas partidas al juego de móvil más adictivo del mundo, el Clash Royale, y las victorias se sucedieron llevándome a mi record. Cada cosa que hacía parecía salir bien, y probara lo que probara, el resultado tenía el mismo éxito.
Mi tiempo de ese día se acababa, eran las once y media de la noche y la cama era mi destino inexorable.

Me recorté la barba y me miré al espejo, ese día me había cortado el pelo y me sentía guapo, algo que no es tan habitual como debería. Me metí en la ducha y disfruté de un champú con mentol y el gel Marine de la Toja, la aromaterapia al poder.
La ducha se llevó por el desagüe los restos de una conversación que había tenido un par de horas antes de esas que te dejan el cuerpo revuelto, así que me centré en aquella hora deliciosa y perfecta, aquel equilibrio pasajero que había sido un bálsamo para mi maltrecho corazón.

Pasaba media hora de la media noche y al día siguiente tenía que trabajar, pero elegí no agobiarme por ello, podemos convivir con el cansancio de la ausencia de sueño, pero no quería permitirme enturbiar aquella paz, ni agobiarme sin motivo. No sé si algún día dejará de sorprenderme cómo jodemos el presente preocupados por un mañana que de poco plausible acaba incumplido o imposible, o que destrozamos con nuestros propios agobios. Hay gente que no vive sin plan, y que si le trazas planes que no se cumplen te tachan de perroflauta o mentiroso, una de esas dicotomías absurdas a las que los humanos nos volvemos adictos en sociedad.

Tumbado en la cama valoraba aquel estado de gracia, aquella pausa en la rotación del mundo, aquel guiño del destino, esa hora en la que yo había sido inmortal, y la fortuna, mi amante más cómplice y fiel.

Precisamente por saber que la vida no siempre se prodiga en esos guiños, que a veces parece atormentarte y tener fijación en nublar tus días, precisamente por eso, valoraba plenamente aquel momento, sabiendo al bañarme en aquel Sol perfecto que más adelante llegarían días de tormenta, y esperando que como hasta ahora, se capaz de recordar en esos días gris que tras toda nube brilla el Sol, y solo hay que tener determinación y paciencia para volver a encontrarlo.

Pensando en las estaciones del ser humano me dormí…

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2 Respuestas

  1. Ana dice:

    Qué razón tienes con lo disfrutar el presente… ¡y qué difícil es! Creo que nos han programado para que pensemos siempre en lo que está por venir, y no tanto para pararnos a pensar que sin presente no hay futuro.
    Algo parecido me ha pasado a mí esta mañana. Desayunaba una tostada con aguacate frente al ordenador y estaba ahí pensando que qué suerte tener ese aguacate y vivir ese momento. Porque estaba rico, porque era sano, porque era viernes… Ya ves, cosas sencillas. Quizá esa sea la mejor felicidad, la de disfrutar de momentos de paz, de duchas aromaterápicas, de partidas épicas, de sonrisas fugaces, de saber cómo les va a tus personas queridas… Pásalo muy bien en ese viaje. Queremos muchas cosas que contar a tu vuelta. ¡Un abrazo fuerte, fuerte!

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