Sabor a tormenta

Desde que yo era niño, a algunas personas le llamaba la atención mi «exceso» de sensibilidad, supongo que no es habitual en un niño que pretenda ser un «hombre» como «Dios manda». Pero es que desde pequeño, me parecía muy «simple» la mente de mis amigos varones, y valoraba más la profundidad emocional de las mujeres. Y eso nunca supuso ningún problema para mi sexualidad, atraído quizás en exceso por la maravillosa mente de una mujer, y alejado mas del vacío de algunos de mis compañeros de género. Durante años se decía que los hombres no debían llorar, como rezaba aquella canción del que más tarde entonó el «los hombres no se deben vacunar», y aunque cada día se avanza mucho en algunas cosas, dentro de este curioso periodo de evolución que ha llegado con el nuevo siglo, yo ya entonces comprendí sin miedo que llorar no solo no es malo, sino que es un delicioso cortocircuito del corazón que merece la pena disfrutar, llorar es derribar diques en tu alma para que te llene un precioso mar de emociones que al desbordarse te limpian y refrescan, aunque a veces dejen en tu boca un salado y delicioso sabor a tormenta.
 

Foto de Stein Egil Liland en Pexels
 

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