Aquella niña…

Una de esas cosas que los años no han cambiado es la relación que tengo con mi hermana pequeña. De aquella niña inocente que conocí hace década y media y de la que me enamoré nada mas verla queda aún mucho, y ha sobrevivido a gran parte de los «envites» con los que yo deseaba que la sociedad no consiguiera cambiarla. Sigue teniendo es enorme corazón, aderezado por esas cosas que padece la juventud (bisbales, rebeldes ways y similares), pero con un mundo interior en expansión muy rico y lleno de pasiones que la hacen única, es fácil ver en ella la enorme mujer que será, y ni tan siquiera la edad del pavo oscurece esa visión.

Y tan vital para mi, sigue queriéndome tanto como aquella niña que estiraba el cuello en búsqueda de un paisaje cuando iba en aquel primitivo Seat Ibiza con el cinturón abrochado, la que cantaba conmigo las mejores canciones de la Disney imaginándonos en Arabia o la más salvaje selva africana acompañados de un suricata y un rey león. Y remontándome mas aún, sigue siendo la niña traviesa que se escondía cómplice tras el sauce llorón esperando una foto, la que de bebé cuando yo la cuidaba siempre hacía lo que tenía que hacer a la misma hora mientras me sonreía desde su orinal demostrándome que el día había llegado de verdad.

Hay cosas que el tiempo no cambia, gracias a Dios, y a veces esta bien contemplarlas y sonreír por ser tan afortunado de conservar algo tan importante. El tiempo si que cambió la relación que tengo con mi otra hermana, dejamos muy atrás las peleas de niños pequeños para poner en sincronía nuestras almas formando así parte de un todo, un vínculo tan difícil de explicar como maravilloso de vivir… pero eso, eso es otra historia, que merecerá ser contada otro día… pronto.

Aquella niña es ahora una mujer, pero siempre será mi niña… y mi medio corazón.