No es por ti, es por mi

Hay días que las cosas no se dan bien por mucho que quieras evitarlo, y aquella tarde, saliendo de trabajar ya de noche, era uno de ellos.
Iba pensando en qué cenar, cuando llegué al primer semáforo que se puso en rojo en mi honor. ‎ Si el retraso, por haber salido tan tarde de trabajar, me impedía llegar al Mercadona a tiempo, pensaba en un kebap a domicilio que aumente mi tiempo de cama, pues al día siguiente tocaba madrugar mucho… otro semáforo en rojo, con coches pasando poseídos y la imposibilidad de saltármelo sin dejarme allí las piernas. Venga, calma, que Madrid no te contagie su locura, no hay prisa, pero sí, por mucho que me apetezca un ‎humus con pimentón picante y un mojito de bote, tendré que pensar en un kebap, no tengo mucho suelto pero admiten tickets restaurant. Y así me ducho y aprovecho más el tiempo, mañana a las seis en pie, qué estrés. El tercer semáforo en rojo no consiguió hacerme recapacitar todavía, pero al llegar al anden del primer metro justo cuando salía el vagón sí lo hizo, y con cariño, me acorde de las Santas Almorranas de la Virgen del Rocío.
Pero fueron más cosas, los dos metros siguientes igual, llegar al anden cuando se iban, sin opción de correr, y obligado a esperar cuatro o cinco minutos por cada uno. Empecé a sospechar que el destino estaba tramando algo.
Una llamada de trabajo, un tío majo al que no podría maldecir, bastante tiene el pobre con su trabajo y una preocupante afición por los náuticos y los vaqueros de colores. Siete minutos esperando el último metro, vaya tela, y yo ya mosqueado miraba por si había algo que debía llamarme mi atención, por si aquel retraso tenía algún propósito o sentido.‎ Me atropella una chica en el metro, y ofuscado solo me sale un «joder» en vez del habitual «lo siento».
Llego a la maldita estación de Moncloa, y ya solo me quedan diez minutos esperando el bus. ¿Llego al Mercadona? Qué no, kebap, aunque sea uno cutre y sin la compañía que desearía… vaya mierda, pero eso y un capitulito me llevarán a los brazos de un Morfeo que soñaré mujer. La echo de menos, pero no se lo diré, cuestión de orgullo, en el fondo siento que luché más que ella, aunque no sea cierto, y al fin y al cabo qué más da, ella no está.
Cojo el autobús, sigo pensando en el kebap de dentro de un rato, en el mar, en el aire que necesito y que no parezco conseguir respirando. Me acurruco en mi asiento, me pongo música y me cago en Spotify y su manía de cambiar unas versiones por otras, a veces los odio mucho, idiotas irrespetuosos ¡cada versión es única!
Respiro, esta vez de verdad, cierro mis ojos y me dejo amansar por una melodía dulce…
 
metro
 
Ese imbécil con el que me he tropezado en el metro, menudo borde, no me ha gustado nada esa barba pelirroja teñida y mal cuidada, acompañado de esa camisa blanca que tan mal quedaba con la chaqueta gris. ¿Joder? ¿Joder? Que tu también te has tropezado conmigo, gilipollas, si es que… estos hombres creen ser los protagonistas de la creación. Si es que no hay nada mejor fuera que lo que tengo en casa, quizás debería darle otra oportunidad a Roberto, no es tan malo después de todo, los hay peores por ahí. Quizás deba hablar con él y darle un poquito más de tiempo, al fin y al cabo, hemos pasado por tanto juntos… bueno, aquí llega mi estación, a ver si me acuerdo de comprar bombillas, que necesitamos dos.
 
En medio del trayecto del bus abrí los ojos, por un momento pensé que quizás esa tarde de perros tenia sentido, pero no para mi, ni ahora. Miré la luna llena y volví a amodorrarme‎, pensando que aquello tan solo era otro de mis habituales delirios.
 
Aquella chica le dio una oportunidad a Roberto, que no tenía remedio. No hubo después de ese, más Robertos, se cansó de apuestas que parecían perdidas antes de comprar el boleto. Años después, me crucé con ella sin obviamente reconocerla, y aquella plenitud que llenaba su vida de aire fresco, una vez desparasitada de Robertos, me brindó una sonrisa que necesitaba‎ para salir de la dinámica negativa de un día en que las cosas parecen no salir nunca bien, un día de esos en que, como me enseñó su sonrisa, te pones las gafas que no son, y lo ves todo muy borroso. Ese gesto curiosa y desconocidamente causal me hizo sonreír en el metro, no ya por ella, sino por mi.

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1 respuesta

  1. MJ dice:

    Si yo te contase mi relación con Murphy tengo para una entrada en el blog, oh mira!! así lo actualizo que ya toca jajaja, bueno a pesar de todo saliste ganando :)

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