Nada fácil

Recuerdo aquel día como si fuera ayer.
Contemplaba cómo, una vez más, aquel ser querido cometía el mismo error de siempre. Desde fuera, y obviamente mucho más fácil de ver para mi, ejercía de observador pues ya había intentado advertirle en muchas ocasiones del daño que podría evitar cambiando su comportamiento a ese respecto.
De nada servían mis gritos y mis cambios de ritmo, mis charlas inspiradas o mis rabietas, no comprendía mis palabras, y por mucho significado que tuvieran para mi, parecían huecas para mi gran amigo.
Y entonce llegó aquel día…
Él iba a cometer el mismo error otra vez.
Ni tan siquiera sentí la tentación de abrir la boca.
Lo acepté, lo contemplé, y aunque la pena se abría paso, la silencié.
Me quedé mirando como por enésima vez, la necesidad de amar, hacía que mi amigo cogiera el camino inevitable al fracaso, amor necesario que convertiría una vez más en ansiedad, la ansiedad en agobio, el agobio en dudas, las dudas en miedo, el miedo en celos, los celos en posesión… y no se puede poseer al amor, pues perdiendo su libertad pierde su sentido.
Ni frío ni calor me recorrieron al contemplar aquello.
Sin darme cuenta, dejé de querer vivir por otros, de evitar hundimientos.
No había sido nada fácil la metamorfosis que me llevó a entender aquello así.
Pero bastante peor sería para él perder otra astilla de su ya maltrecho corazón.

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1 respuesta

  1. Que malas son las prisas Xa todo. Cuando se siente esa necesidad de amar mejor invertirlo en amarnos a nosotros mismos. Más nos valdría. Un abrazo súper kike

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