Reconciliaciones inevitables

El ser humano, tan amante de conflictos, internos y externos, se enfrenta en ocasiones a peleas cuyo único posible final es la reconciliación. Tan solo debemos abofetear a esos dañinos orgullos y escuchar atentos la voz interior que suele pasar desapercibida por ser tan tímida y vergonzosa.

Cómo por ejemplo, cuando te peleas con un hermano. Siempre habrá algo que os unirá, un vínculo sagrado que se debe cuidar siempre. De no cuidarse, pese a lo importante que es, puede romperse, y una unión de esa índole débil perjudicará a ambos, es algo demasiado bonito para dejarlo morir.

Lo mismo que les pasa actualmente a mi corazón y mi cabeza, que llevan ya muchos meses sin hablarse. Uno quiere una cosa, el otro defiende otra, si uno fuera ateo el otro sería católico sólo por fastidiar, uno me dice que vaya a la izquierda, el otro a la derecha, y en el medio ese tercer componente que suele solucionar todos mis conflictos permanece en un doloroso silencio.

Y escucho cómo en mi vida aumenta el ruido. Ya no habito en un bosque gallego tranquilo y solitario, ahora me siento en medio de una ciudad dónde mil voces buscan cómo hacerse un hueco en mi oído ¿Cuales escuchar y cuales no? Quizás puedan contribuir a la solución unos ojos en los que mis tres voces se queden en silencio, quizás no sean esos ojos y sí una voz angelical como la de Aretha. O quizás, haya una esquina que lo cambie todo aunque no haya nadie al otro lado, pese a sus incertidumbres, dudas y rincones siniestros… qué maravillosas son las ítacas.

Aferrándome a la luz, me río de las sombras, y con ellas. Me preparo para ese estirón que espera a este chico con alma de bambú, exprimo los momentos que me regala cada día paladeando esa actitud que me permite dibujar mis días en una pizarra con tizas muchos colores, mientras aprendo a obtener los demás… mezclándolos.