Océanos de espuma
La noche se acercaba sigilosa e implacable mientras el día hacía sus maletas para poner rumbo a otras tierras. A la orilla del mar, alguien asistía al cambio de turno perdida entre pensamientos grises, intentando rellenar vacíos, y buscando entre la espuma, un brillo en sus ojos que hiciera de sendero a un optimismo tan ansiado como esquivo. «Para que me dieran clases de optimismo deberían estar en mi piel» pensaba, e intentaba con todas sus fuerzas exprimir aquel precioso momento sin que ninguna de sus preocupaciones cotidianas hiciera de velo y menguara la calidez por la que deseaba ser invadida. Su alma parecía condenada a ser una oruga cuando ella se sentía una espléndida mariposa, y a menudo, entre lágrimas, ahogaba el dolor de darle la espalda a tantas cosas que tenía que dejar atrás para hacerse cargo de quien la necesitaba. El peso del mundo de sus pensamientos le generaba contracturas, y su fuerza y algún momento que conseguía robarle a la vida eran los pilares que la mantenían en pie. Sé entregaba por completo a un mundo que le gritaba huraño que no era suficiente, y seguía inagotable hasta que quebrada, no podía sino llorar mientras el sueño se colaba en su mente y la dejaba tendida en una mesa, entre apuntes y diseños, entre ideas preconcebidas que entregar antes de una fecha límite, y las que se agolpaban brotando libres de ella esperando un hueco para nacer, esperando ese suspiro que las hiciera salir del mundo de los sueños a la dura realidad.
Coger fuerzas sin respirar, llegar alto sin poder saltar… y algunos días, se prohibía hasta soñar.
Años después la chica volvió a aquellas rocas, y de nuevo el anochecer inundó sus enormes y preciosos ojos de lágrimas de espuma, entremezclando felicidad y vértigo, satisfacción y dolor. Recordaba la inmensa distancia emocional y temporal entre aquel momento y la última vez que había pisado la cala cabizbaja y derrotada, y como fotogramas en un espejo, vio ante ella algunos de los momentos más dolorosos en los que se había completado el cambio, y esos pensamientos amplificados, le hicieron llorar sin fondo un buen rato, agotada y exhausta. Liberó entonces todo el miedo que tuvo a no haber salido de aquel túnel, los días que pensó que su piel moriría en el camino, las noches que creyó quedarse sin corazón que la levantara al día siguiente. Ahora era aún más hermosa que antes, y no solo por el contenedor de su esencia, sino porque entre sangre y dolor, túneles con viento y playas sin arena, había podido completar su metamorfosis… ahora vivía de sus sueños y devoraba momentos, hacía planes, y del día a día… su viaje, y con las lágrimas aún escurriéndose por sus mejillas miró optimista y victoriosa al futuro, y sonriendo pensó, que ya no era remera de una barca, era la timonel de su alma.
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