Verdadera locura

«Pues verá usted, ella era una mujer muy hermosa. Pero no de esas bellezas despampanantes y de catálogo de lencería lleno de fotoshop, no. Era una belleza dulce, con unos ojos vitales y una sonrisa que te esclavizaba sutilmente. Creo que así fue cómo me hizo suyo, con aquella sonrisa.
Pero eran cientos de pequeños detalles, su forma de moverse, su delicioso pelo rubio, su forma de vestir, algo que sería anecdótico de no ser por el maravilloso sentido del humor que tenía ¿Se lo imagina usted? Esa deliciosa ironía, nada ofensiva y todo inteligencia, y claro, dando pie a aquella deliciosa sonrisa, compartir unos segundos con ella era un paseo por las nubes, y cruzarse con ella era como un relámpago atravesando un arcoiris que cerraba su círculo en sus ojos.
No sé cómo, pero me enamoré de ella, intenté evitarlo, pero no pude.
Ocupaba mis sueños cada noche, mis fantasías de día.
Y había algo dentro de mi que me decía que nunca podría tenerla, pero yo necesitaba hacerla mía… aquella sonrisa, la brisa de su boca, su mirada… tenía que ser mía, nadie la amaría como yo lo haría.
Por eso tuve que matarla señor juez, porque si no podía disfrutar de mi amor, nunca podría ser todo lo feliz que habría sido conmigo, y no me pareció justo.»

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