El cabrón de mi mi «yo» conciliador
Cuando era un moco que empezaba a salir con sus amigos de pubs y discotecas, hubo un día en que un amigo mío que bebía, celebró su borrachera besando a una moza que pasaba por su lado. A la chica debió gustarle porque siguió liándose un rato con mi amigo. Al cabo de un buen rato, mi amigo se cansó y la mandó a paseo, sin ni siquiera saber su nombre. La chica, bastante mona, llamó a su hermano mayor y a unos amigos, que amablemente se disponían a hacerle una cirugía estética facial gratuita, cuando aparecí yo. Intercediendo y haciendo uso de esta labia con la que nací, acabé convenciéndoles de que amigo no era malo, que tenía problemas en casa y bebía demasiado, y que por favor lo disculparan. Se fueron el hermano y sus amigos y me quedé hablando con la chica afectada por todo el embrollo… con la que una semana después tenía mi primera cita.
Creo que tuvimos dos citas. La primera estuvo tres horas diciéndome cómo sería nuestra relación, sin ningún fallo de planificación.
Ella lo había dejado clarísimo, ella sería mi esposa, y al menos tendría a mi lado una mujer preciosa, aunque algo mandona.
Una semana después apareció una pelirroja con una boca increíble y ojos verdes en mi instituto, y lejos de cualquier previsión, quería conocerme, así que tuve que hacer unos retoques en el plan.
Hasta que dejé a la chica que mi amigo había besado sin preguntarle ni su nombre, yo sostenía que era diferente a todos los demás hombres con la cabeza bien alta, desafiante y seguro de lo que decía.
Desde ese día dejé de decirlo.
Foto de cottonbro en Pexels
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