Los pliegues del corazón
Hoy volviste a cruzarte por mi recuerdo y en lugar de borrarte de mi mente, decidí cerrar los ojos para ver si conseguía olerte. Conseguí teletransportarme a aquel Hotel de Bilbao dónde nos abrazamos por primera vez, y saboree la magia de un mojito perfecto reflejado en un espejo. Sí, quise olerte y ver tus ojos, verme reflejado en ellos, buscar aquellas fotos que solo era capaz de hacerme tu iPhone al que empezaba a cogerle cariño por cómo me trataba. Pretendía volver a sentirte delante y llevarte conmigo a Nunca Jamás para hablar hasta dormirnos. Tan solo buscaba la paz y calma de aquellos instantes perfectos contigo, que parecen parte de otra vida muy lejana.
Para ayudarme a reavivar esos recuerdos, busqué en mis archivos digitales alguna foto que me evocara lo vivido, para viajar a entonces… y revivirnos fugazmente. Pero no encontré tus fotos, ni los audios, nada. Era como si no hubieras existido, y hubieras sido solo un sueño. Busqué y rebusqué en mi ordenador, desesperado como quien quiere hacer un viaje y no encuentra el billete con el que empezarlo…
Y entonces recordé cómo los meses que siguieron a nuestra separación… me desgarraban el corazón esas imágenes nuestras que me recordaban que ya no estabas, cómo avivaban la culpa de lo que pude, o pudimos, hacer mejor, o tan solo distinto. Hay heridas que quieres curar, y otras que sabes que nunca cerrarán del todo y que tan solo puedes aceptar y llevar tapadas. Recordé cómo todo aquello, para sobrevivirte, me hizo crear un baúl virtual, uno que llenar con aquellos tesoros que habíamos construido y creado juntos en aquellas semanas tan fugaces como mágicas. Una vez estaba todo, lo enterré, sabiendo que de necesitarlo podría volver a por él… con el paso de los meses o años.
Eso fue hace mucho tiempo, y ahora… no lo encontraba ¿Lo habría perdido? No tiene sentido… así que conociéndome, pensé que lo habría escondido más allá de mi ordenador, para ponerme difícil el encontrarlo, al mismo tiempo que lo tenía en un lugar seguro. Por suerte, dejé un mapa del tesoro, que solo tuve que seguir mis pisadas en la nube para dar con él.
Ahí estaba todo, limpio y ordenado, esperándome, en su día necesitaba apartarlo de mi… pero al mismo tiempo, no tenía el valor de borrar nada, no podría, así que lo guardé todo con mimo.
Abriendo aquel fichero… sí que me llegó tu olor.
Al descomprimir mi baúl del tesoro salieron fotos, audios, vídeos… palomas mensajeras que nos hacían estar presentes pese a la distancia.
Pasee por el recuerdo, olvidando por un momento el declive de nuestro imperio y recordando algunas de las miles de pequeñas cosas que compartimos. Nadie debería olvidarse nunca de ese primer rayo de Sol que ve después de una larga noche, o de ese vaso de agua que le salva la vida en medio de una sequía, y tú, fuiste mucho más que eso.
Ya no me prohíbo quererte, hasta la raíz, ni recordarte. Sé que no puedo decírtelo, pues seguramente no lo recibirías con la misma limpieza que yo lo siento, y sé que jamás volveré a darte un abrazo, pero me niego a recordarte tal y como fueron tus últimas palabras hacia mi… para mi siempre serás esas siglas que deberíamos habernos tatuado para que nos recordaran cuándo éramos unos gilipollas, algo que se nos daba muy bien, ese vínculo místico que nos unía. Con amor y paciencia pretendo conseguir que las cicatrices al irse cerrando, dejen una marca bonita, con forma de sonrisa, ambos nos merecemos al menos eso.
La vida te enseña, y te obliga a aceptar, por complicado que sea, que como rezaba la cita:
«Nada perfecto dura para siempre
excepto en nuestros recuerdos.«
Y precisamente ahí, en mi recuerdo,
nada ni nadie podrá cambiarlo,
ahí serás eterna.
“La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artilugio logramos sobrellevar el pasado.”
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