Elefantes en una cacharrería
Intentar hacer el menor daño posible a tu entorno no es siempre garantía de ello.
Si vuelas inevitablemente podrás chocarte con otros pájaros del mismo modo que si pisas firme podrías aplastar a otros seres, también bajo el mar puedes romper un coral o remover la arena. por cuidadoso que seas (los demás seres también lo hacen).
En las relaciones sucede algo parecido, si bien el amor es lo más importante, en la amistad, el día a día o en pareja, no siempre es suficiente. Es duro aceptar que por mucho que quieras a alguien no basta para tener fluidez y equilibrio, plenitud y horizonte.
Aunque el corazón se aferre a ese capricho pueril de una persona que no quieres dejar ir, debes hablar con él para hacerle ver que no te conviene.
Unas veces será una amistad que aunque egoísta, te entretiene, aún sabiendo que no querrás tener a alguien así a tu lado en un apocalipsis zombie. Otras, será una de las relaciones más sagradas de tu vida, y cuando la veas desangrarse lentamente quizá prefieras dispararle en la cabeza para que al menos tú, no mueras con ella. Y otras será la pasión y la fantasía de esa vida compartida e intensa, pero que en dos frecuencias distintas, parece no poder encontrar su melodía conjunta. Dejar atrás es tan duro como lo que más, y solo es soportable por la esperanza de que a la larga, beneficie a todos los implicados.
Vivir sin miedo significa equivocarse, hacer daño sin querer, y recibirlo del mismo modo, aunque sea algo que tardemos en entender. Cultivar el desapego para que el cariño no se convierta en cadena, para que los abrazos no sean jaulas. Darle más importancia al fondo que a la forma, pero sin quedarte atrapado en el pozo. Vivir es aprender a querer bien, unas veces siendo lanza o espada de una persona, otras siendo el pañuelo que la despide al partir y otras esa colección de besos que alimenta, escondida en el recuerdo, la fuerza que nos hace evitar inclemencias y salir de túneles imposibles.
Sonriamos ante el espejo reconociendo aquello que somos a menudo, elefantes en una cacharrería, pretendiendo entre el estruendo ser silenciosos, intentando no hacer daño sin poder evitar dejar huella, ni tener la espalda llena de tatuajes de las pisadas de otros. Aprendiendo a bailar, a veces, sin música, creciendo con o sin agua, suspiros mortales que se convierten en trazos del dibujo que Cronos traza sin prisa, ni pausa.
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