Página de un diario

20 de Julio de 1997
 
Con mis ojos a pocos centímetros de tu espalda, escudriñaba tus poros admirando su elegante perfección. Mi mano dibujaba sueños en ella y me concentraba, aunque dejándome llevar, para que mis caricias te hicieran sumergirte en un sueño profundo. El olor de tu cercanía se colaba en mi ser como un Jack Daniels con hielo, diluyendo mi consciencia hasta que mi mano y yo, éramos tan solo uno… contigo.
En el vals de caricias mis manos se sorprendían, una y otra vez, de la suavidad de tu dulce piel. Me alejaba de una caseta ficticia en la que había encerrado con llave mis sueños contigo, no quería distracciones, tan solo completar aquella misión, llevarte en brazos con éxito a la tierra de los sueños, y dejarte a los pies de aquel árbol de Nunca Jamás dónde nada podría hacerte daño mientras estuvieras dormida.
Entre caricias y piruetas con mis uñas, entre masajes haciendo de contrastes, entre pensamientos y sueños, creció en mi la necesidad de darte un beso. Fijé mi mirada en esa unión de tu espalda y tu brazo, en esa forma elegante de tu hombro donde tu belleza parecía alcanzar su culmen, dónde la piel parecía más perfecta, dónde entre tus poros… podía ver tu esencia. Y entonces te besé con toda mi alma, fundí mis labios con tu piel pensando en cuanto te amaba, en lo feliz que me hacías y lo bonito que era el mundo contigo.
Me incorporé tras aquella entrega incondicional de la que mis labios fueron mensajeros y vi que estabas dormida, di por hecho que aquel beso se quedaría mezclado entre tus sueños, puro, perfecto, mágico y olvidado.

Me levanté de la cama, tras contemplar tu preciosa cara cuando dormías, y bajé al piso de abajo. Me recosté en mi chaiselongue blanco comprado en Ikea, y me desplomé, agotado, dejándome vencer por el cansancio, quedándome profundamente dormido. Y te fui a buscar a aquel árbol dónde te había dejado, dónde podía besar tus labios, y dónde eras mía de nuevo, dónde gestos y palabras eran uno, dónde nada podía separarnos.

Horas más tarde, me desperté extraño y perdido. Comenzaba a intuir que no estarías en el piso de arriba, ni en ningún otro. Se alejaba la felicidad conforme llegaba la vigilia, y unas lágrimas comenzaron a deslizarse irremediablemente por mi mejilla, mientras un nudo oprimía mi pecho, ahogándome.
Estos sueños son condena y son mi vida, son recuerdos, son herida.
Han pasado tres años desde que aquel coche se saltó un semáforo y el destino nos castigó en que fuera por tu lado, ojalá hubiera venido por mi izquierda, ojalá no me hubiera quedado yo en este lado sin ti.
Sé que jamás podré olvidarte, eso lo sé, lo que no sé es si puedo, si quiero, dejar de amarte.
Te echo de menos, siempre.

 
 
Bueno, lo sé… ha quedado un poco triste, pero bueno… contrastes, sin ellos, seríamos planos ¿no? Hay que variar un poco que sino pensaré que siempre escribo igual…
Un abrazo

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1 respuesta

  1. Shubhaa dice:

    Tal vez triste, pero tristemente emotivo y tristemente sensible.
    Gracias!

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