Una batalla tras otra.

No, no estoy hablando de la maravillosa película de Dicaprio, dirigida por Paul Thomas Anderson (que por cierto, os recomiendo), sino que el título de este post va más bien por la propia vida y su forma de irnos planteando diferentes desafíos a modo de concurso de televisión cutre que echan en verano en la televisión pública para engatusar cerebros y quitarles sustancia, suavizando su sabor, de cara al cada vez más posible y merecido apocalipsis zombie.

La vida es una sucesión de enseñanzas, de preguntas a las que buscamos respuestas que mientras formulamos… cambian. No hay verdades absolutas, si afirmas algo con rotundidad y lo gritas señalando con tu dedo índice al cielo, el destino se tomará como algo personal el demostrarte cuan errado estás («puentes colgantes«). Siempre queremos plantarle cara a lo efímero al grito de «para siempre», pero lo efímero de nuestra carne y nuestra alma hace que esas promesas imposibles, sean irónicas celebraciones de un presente pleno y bonito que nos gustaría estirar como un buen chicle, del que nunca queremos perder el sabor.



📷 Imagen de Pixabay en Pexels
 

Cada día me parece menos importante entender, y más aceptar las cosas que sencillamente… son. Es cierto que llegado un punto de saturación podemos rebelarnos, pero ¿Dónde está ese punto?. Mientras lo encuentro, acepto: Que no todo el mundo tiene porqué conectar conmigo o mi blog, que no siempre quien te quiera tendrá la capacidad o encontrará el modo de expresarlo o demostrarlo, que las personas pueden necesitar cosas que no entendemos y mucho menos compartimos, que el respeto debe ser siempre el centro de todo vínculo sano, y que la comunicación es mucho más complicada de lo que parece inicialmente. No es sencillo que la mente adulta pelee con el niño pequeño que llevamos dentro, incluso en la aparente paz del equilibrio se oyen voces distantes que evocan tormentas que viven en la frontera entre la realidad y la imaginación.

Y que igual que a veces brillamos llenando de luz nuestro entorno, otras debemos aceptar que la poca energía que nos queda debemos emplearla en llegar a un cálido agujero en el que cerrar los ojos hasta recuperar la calma y la llama.

Qué buenos son los finales de año para hacerse un ovillo y arder,
y de las cenizas… algo nuevo, más radiante, motivado y auténtico,
siempre aprendiendo a vivir agradecidos y tranquilos, mejor.

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