El salvador ahogado
Todo lo que me gusta ayudar a alguien, es lo que me cuesta dejarme ayudar yo.
Es maravilloso enseñar a alguien un camino que no es capaz de ver, iluminar un sitio antes oscuro para él o ella, recordar a alguien que el corazón… siempre flota. Es bonito aprender juntos a perdonar, que no somos nuestros errores y malos momentos, sino que somos los cientos de pequeños destellos que brindamos al día a día, y que no deberían ser enturbiados por una visita a la oscuridad.
Pero la vida son contrastes. A veces, alguien a quien le des la mano, la cogerá con fuerza y saldrá a flote gracias a ella, desbordándote con un agradecimiento que considerarás completamente inmerecido y excesivo. Otras, te desvivirás durante meses por rescatar al naufrago, le tirarás cuerdas y flotadores… a un lado, y nadará hacia el otro… ¡por delante! e irá para atrás, hasta que acabes sin entender cómo puede seguir ahogándose completamente rodeado de flotadores y cabos.
Pero la vida es así, nuestra actitud y sentir actual hacen que veamos el mundo tal y como nosotros creemos que somos en el espejo, incapaces de vernos como realmente somos, y ponernos en la piel de cómo hacemos sentir a las demás personas que nos rodean.
📷 Imagen de Darya Sannikova en Pexels
Y es agotador, estar junto a alguien y desvivirte por sacar a esa persona adelante, hasta que alcanzas el punto crítico… que esa persona pueda arrastrarte con ella al fondo, posiblemente sin querer. Ahí cambia todo, ahí debe quedar claro que primero… vas tu. Cuándo te dan el curso de rescate submarino te explican que al salvar a un buceador en crisis, debes protegerlo de él mismo y sobre todo, protegerte con la dureza que sea necesaria de él, pues intentará arrancarte tu máscara y tu sistema artificial de respiración, inconsciente de que con ello puede acabar contigo, y con sus opciones de sobrevivir. Esa metáfora se extrapola a muchas otras facetas de la vida.
Primero tú, luego los demás.
Ellos no tendrán la menor piedad contigo,
y se pondrán a ellos primero,
no es egoísmo, es supervivencia.
También te lo recuerdan en los aviones, cuando te dicen que antes de ponerle la máscara, en caso de emergencia, a tu acompañante, primero te la pongas tú, una lógica básica que no siempre es seguida, y por supuesto, tampoco es bien recibida por quien considere que debe ir antes que todo, justificándolo del modo al que se le ocurra pueda acogerse del mejor modo posible.
La vida suele ser irónica y cuando intentas rescatar a alguien, acabará culpándote a ti de algo, pues seguramente fue esa actitud la que le hizo saltar al mar para dar pena… en lugar de aprender a nadar.
Pasa una y otra vez, y nunca acabo de acostumbrarme.
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