Entre olas
Nadie se ha perdido en un camino recto, reza algún proverbio, y nunca deja de sorprenderme, por hermoso e igualmente triste, en cómo la vida nos erosiona al mismo tiempo que nos hace crecer, el inherente precio del tropiezo en el aprendizaje, en cómo cambiamos sin darnos cuenta, y al ser tan lentamente… dejamos de entender qué vemos en el espejo.
Me preocupa cuánto de mi silencio tiene que ver con la vergüenza, y cuanto es simplemente el priorizar el vivir sobre el contarlo, o quizás tan solo que las musas crueles me han abandonado dejando tan solo un saco de huesos y miedos incapaz de hilar cien palabras con sentido.
Quizás sea tan solo la venganza de los errores cometidos cobrándose su revancha.
Yo siempre fui el vaivén de un oleaje buscando su equilibrio, disimulando sus carencias entre la espuma de un mar que escondía más secretos de los que podía imaginar. Cruzando huracanes, siempre he buscado y valorado ese mar en calma que ahora me llama más que nunca.
No hay tormenta sin días de Sol, ni oscuridad sin luz que la desafíe.
Quizá el mundo se convirtió en esto pues dejé de luchar para qué mutara en otra cosa.
O quizás es tan solo esa actitud, capaz de hacerte ver prados en desiertos, y viceversa.
Ninguna embarcación permanece quieta mientras su quilla toca agua.
Sí en equilibrio, sí bajo control, pero sólo en dique seco, por reparaciones o condenada al ostracismo definitivo, puede permanecer indiferente a los vaivenes del mar, al final.
Pero no es tu caso.
No sé qué decir…
Bonitas palabras.