Y sí existiera Dios…
Hoy hubo un momento en que ese pensamiento cruzó por mi cabeza.
Comenzaron a sucederse cosas tan improbables, que parecían dispuestas por algo superior.
Ayer yo me acosté con la garganta dolorida, y aunque esperaba equivocarme, no fue así y tras una noche de fiebre, me tocaba ponerme en marcha. Esperaba ir al médico y que me dijera «Estás malito, descansa y vete a trabajar si puedes el Lunes«, yo tenía la tarde de Viernes libre, y esperaba disfrutar de una partida con mis amigos y un momento de descanso más que necesario por todo lo que me ha pasado últimamente. Ahora todo se reducía a mi fiebre, quería hacerme bolita en mi sofá y verme alguna de mis películas favoritas entre sudores.
Me vestí entre temblores, y a las 6:45 estaba en camino. Me crucé Madrid en coche, acompañado de mis inefables Berto Romero y Andreu Buenafuente en su podcast «Nadie sabe nada», que conseguían arañarme alguna risa en medio de mi malestar.
A las siete envié un email a mi compañero avisándole de que estaba mal y que según lo que dijera el médico, igual no iba al trabajo.
Eran las 8 de la mañana cuando esperaba que abriera la consulta, y me llamó mi compañero, yo suponía que para ver qué tal estaba yo.
Me decía que le había dado un latigazo en el lumbago y que no se podía mover, él tampoco podía ir a trabajar.
Eso reducía mis opciones a una cosa: Yo tenía que ir a trabajar, por mal que estuviera, y todo el día, no solo la mañana.
Faltaban 20 minutos para que abriera la consulta, y después, esperaba irme a casa a descansar.
En ese momento me llevé uno de los chascos más grandes de mi vida, se rompieron todos mis planes e ilusiones más básicas para aquel día, e hice de tripas corazón, y puse rumbo a mi trabajo… faltando mi compañero, me tocaba ser el referente tecnológico de mi oficina.
¿Qué posibilidades había de que un mismo día los dos cayéramos tan enfermos?
Mi mañana fue agotadora y empezó por un debate absurdo con mi pareja, de esos que invitan y obligan a la reflexión. De repente, el problema no era si yo estaba enfermo o no, ni lo de mi compañero, sino si podría ir al día siguiente al mediodía al Ikea.
Me sentía como bajo una cámara oculta, algo a lo que mis 39º (compré un termómetro en una farmacia) no ayudaban.
Lo sucedido me dio la calma y la fuerza para exigir espacio y descanso.
Y en medio de todos esos pensamientos febriles yo pensaba:
Y si existiera Dios y ha diseñado este maquiavélico día para regalarme una oportunidad.
Y en mi febril realidad, tenía sentido que fuera así…
Hacía tiempo que no te visitaba. Incluso con fiebre eres refrescante, lo sabías?
Y si existiera Dios? Pues seguro que diseñaría un plan maléfico para fastidiarte el momento de vivir la fiebre en la cama viendo la tele. De éso, estoy segura.
Un abrazo.