Estúpido orgullo
— Debes aprender a perdonar — dijo ella, tan sabia como siempre
— Lo sé, agradezco tus palabras, pero sabes que en este caso… no puedo, ahora mismo no, quizás con el tiempo — le respondí triste
— ¿Qué te hace imposible perdonarla? ¿Acaso hizo algo muy grave? — preguntó curiosa
— Pues honestamente… no. Dejó de hablarme, incumplió sus promesas, bueno, ella es así ¿sabes? Durante un tiempo yo era capaz de ver todas las asperezas de su carácter y me aferraba a ellas para poder olvidarla, pero no es alguien que puedas olvidar fácilmente. Simplemente, me cansé de luchar por alguien para quien nunca sería una prioridad. — le contesté
— Pero ¿Qué te hace odiarla? — preguntó
— No la odio, o sí, quizás por quererla, no sé muy bien. El tiempo hará que se apodere de mi la indiferencia, y sin embargo, es un sentimiento que nunca pude dirigir hacia ella… pero seamos honestos, estoy cansado, no diré que lo haya probado todo, pero sí que lo he intentado mucho más que ella. Ni sentido tiene fingir un vínculo con quien quitó tu póster del muro de la amistad hace tiempo. Y el mundo es muy grande, y el corazón demasiado adulto. Odio tener que despedirme, pero aunque jamás se lo diga, eso debo hacer…
En aquel momento miré al suelo y fui consciente de mi derrota. Quizás era el primer paso para progresar, para que cambiara algo. Había perdido un pilar en mi vida, pero me quedaban más, y siguiendo con la metáfora, debía apoyarme en ellos mientras construía uno o varios que reemplazaran el perdido. Recordando sonrisas, la plenitud de aquellos escasos momentos juntos, me derrumbé como una jirafa a la que los huesos se le convierten en gominolas. Ella, al verme, se hizo cómplice de mi dolor y me puso la mano en la espalda, conciliadora.
— Debes pensar ¿Qué sentirías si le pasara algo? ¿Y si se muriera y no pudieras haberle dicho lo que sientes hacia ella? — me preguntó, casi llorando
— Pues me moriría con ella, como no, pero aún así, al otro lado, no le dirigiría la palabra. — repliqué un poco más tranquilo
— ¡Puñetero y estúpido orgullo! — me gritó señalándome con el dedo
— ¡Amén! — le respondí, sonriente, y entonces lo entendí — Let it be!
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