Tu a mi también
— ¿Hablo mucho? — me dijo ella después de quince minutos en los que he de reconocer, llegué a preguntarme cómo cogía el aire.
— Nooo — Le contesté, irónico y sonriente — Sigue por favor. Y siguió hablando, y disfruté de verle contarme lo más relevante de su trabajo, lo que le apasionaba y hacía que llevara haciéndolo tanto tiempo. Se le notaba que los nervios buscaban así una vía de escape, palabra tras palabra, y mi silencio no le ayudaba, ni mi mirada fija en ella, pero me permití ser cruel aceptando que en algún momento debería pagar por ello.
Le dio un sorbo al te y la vi más nerviosa que antes. Así que decidí hablar yo un rato para ver si la tranquilizaba. Pero lejos de ser así, parecía ansiosa por seguir contándome cosas de su día a día, y como me gustaba que lo hiciera, la dejé coger de nuevo las riendas.
Tenía un gran corazón y era noble, y tenía una piel preciosa y suave que invocaba a mis manos, aunque no me permitía pensar en ello. Era dulce y cariñosa, sin más, a veces le sencillez se enrosca en si misma para alcanzar una hermosa perfección, sin alardes ni credos ni mentiras ni secretos.
Recordé algunos fracasos, y otras victorias, y especialmente, todo lo que me arrebató la cobardía. Miré el baúl que había en sus ojos, y luego su boca. Para forzar un silencio, me levanté y me acerqué a ella, dirigiendo mis labios a su mejilla. En cuanto la toqué con ellos se quedó callada, y fue justo lo que necesitaba para, fintando ir a la otra mejilla, detenerme en sus labios para besarla durante varios segundos en una larga, sentida e inesperada caricia.
Al volver a sentarme en mi sitio la observé, se había quedado petrificada y blanca.
Tardó más de quince segundos en recuperar el color y empezar a sonrojarse.
— ¿Y eso? — me preguntó
— ¿Te he incomodado? — Le respondí
— No, tan solo… me has sorprendido — contestó sonriente y brillante
— Tu a mi también
Sencillo, pero bonito. A veces las cosas más normales, son las que desprenden más belleza, sin quererlo, y ¿por qué no? las más inspiradoras. ¡Me gustó! ¿Será porque nos permite ir más allá e imaginarnos la historia sin que nos la cuentes? «Abrachuchones» varios.
uffff que atrevido