Un beso sin réplica
Hace muchos años, cuando mi edad rondaba la veintena, tuve el placer de vivir mis primeros amores fugaces, tras una relación seria de varios años que me quitó mi despreciada virginidad. Otros amores no fueron tan fugaces, se quedaron ahí para hacerme temblar o emocionarme durante años. Había dos chicas que me encandilaban y tenían sendos pedacitos de mi corazón, mientras el resto lo desperdiciaba en una mujer que no merecía ser querida como yo lo hacía, pero eso… eso es otra historia.
La rubia y la morena, niñas de mis ojos, ambas tenían atributos comunes, como tener una dulzura y sensualidad desbordantes, así como unos labios desgarradoramente sensuales y unos culos realmente deliciosos, por lo menos visualmente hablando, pues me tenía prohibido y vetado tener una relación formal con una chica menor que la mayor de mis hermanas, así que disfrutaba de charlas, sonrisas traviesas y guiños… y aunque yo distaba mucho de ser alguien que mereciera compartir tiempo con chicas así, disfrutaba de ellas cuando podía, sin cruzar la línea, sin contacto físico, sin volar alto… ni bajo.
Y esta historia trata de la niña morena, la chica de los ojitos tiernos cuya mirada ejercía de uñas que arañaban mi corazón, con la que no podía tener nada por la gran diferencia de edad, y a la que por su forma de ser, trataba como a una hermana. En aquella época de confusión sentimental y opciones que me llevaban a pésimas decisiones, ella era calma y paz, un deseo latente y prohibido, una golosina de la vida que no me permitía probar.
Y llegó la mudanza a Madrid, el cambio de rumbo y vida, las señales que apuntaban al Sur…
Pero siempre había un camino de vuelta que me hacía volver a visitar mi playa, el hogar familiar, la lluvia, los rincones llenos de recuerdos. Y en uno de estos viajes, quedé para tomar un café con mi niña morena para ver que se había hecho mujer.
Hablamos de mil cosas, su familia, la mía, el amor y cómo nos trataba, la vida en Madrid y en la ciudad de cristal, y estuvimos un par de horas que pasaron como minutos.
Cogí mi coche, y cuando me estaba despidiendo con el motor en marcha, me hizo un gesto para que bajara la ventanilla, y entonces sucedió… agachó su cabeza, se acercó a mi, y me dio un cálido y profundo beso de esos que intentan imitar en las películas. Aquellos labios grandes, bailando con los míos… sé que no lo idealizo con el tiempo, porque tras aquel beso fui incapaz de articular palabra durante varias horas. Recuerdo mi sensación en el coche, mientras me iba, como en una nube, concentrando lo poco de mi de lo que tenía control en la carretera para llegar sano a casa.
Hablamos, después de aquello, de repetir el encuentro, y planeamos en repetidas ocasiones una visita suya a Madrid.
Pero al irse cancelando una tras otra, todo quedó fijado a un encuentro navideño en la capital.
Reservé los días, hice los preparativos, pero ella no cogió el avión…
Desconozco qué le hizo tomar aquella decisión, pero aquel día, decidí dejar de hablarle.
Estábamos en una época en la que ambos teníamos el corazón destrozado, y juntos en la distancia, creímos que estaba entero.
Nuestras conversaciones eran dulces, teníamos la conexión de una pareja y la honestidad de unos amigos.
Cuando me dijo que no vendría… de nuevo algo se fragmento, algo que después me llevó bastante tiempo unir.
Ella siguió su vida y yo la mía. No sé si se asomó a esta ventanita a ver qué había sido de mi, pero yo no quise mirar a la suya.
Y así ha sido en los 3 años y pico desde aquella navidad de 2009… el rencor no me ha permitido dirigirle ni una palabra.
Mi corazón se ha ido endureciendo hasta el punto en que cuando alguien me ha gustado, me ha emocionado incluso más el saber que seguía latiendo y era capaz aún de enamorarse de alguien, algo que he dudado en no pocas ocasiones.
Pero ayer, mi móvil me recordó que hoy era su cumpleaños, y decidí felicitarla.
Pensé que era momento de dejar atrás anécdotas y mandarle un mensaje por Facebook.
Las estaciones son maestras… el tiempo lo cura todo, y queda tan solo el aprecio por una persona a la que le deseas lo mejor de corazón… aunque hayamos dejado para siempre, uno de los mejores besos de la historia, sin réplica.
Mi querido KATREyuk, todo tiene su momento, y en este mundo de prisas, agobios y urgencias, se nos olvida que las heridas necesitan su tiempo para cerrar, y que todo pasa cuando llega el momento…
Un abrazo atemporal
Todo tiene su momento, sip, y el destino tiene un plan… ¿o no? Un abrazo inmenso