Monkey Kisses
Él estaba tranquilo en el metro, apoyado en uno de los laterales que flanquean la puerta de entrada al vagón, mientras hojeaba un libro en papel que había rescatado de su estantería.
Ella esperaba en una estación la llegada de aquel mismo metro, con la cabeza atenazada por un largo y duro día laboral, con las fuerzas justas para llegar a casa y darse un baño revitalizante. Al ver llegar el tren se preparó para dejar salir a los pasajeros que se bajaran. Así lo hizo, y un par de viejas chismosas que iban tras ella la empujaron haciéndole tropezar, y tropezándose de frente con el chico que estaba apoyado en ese lado de la puerta.
No se sabe si fue por la tensión, por su mosqueo con las ancianas, o cualquier otro cortocircuito cerebral, el que le hizo gritarle al chico:
— «¡Luchas como un granjero!»
El chico puso un inicial gesto sorprendido, pero luego sonrió, contestando tranquilo:
— «Qué apropiado, tú peleas como una vaca»
Aquella frase la hizo sonreír a ella, aliviando algunos de los kilos de tensión que la atenazaban.
En su sonrisa se veía alivio, comodidad, y la expresó continuando el dialogo.
— «¡Tienes los modales de un mendigo! Cada palabra que sale de tu boca es una estupidez.»
El volvió a sonreír, y a los pocos segundos, respondió:
— «Quería asegurarme de que estuvieras a gusto conmigo.»
Ella puso cara traviesa, y le dijo poco después:
— «Mira detrás de ti ¡Un mono de tres cabezas!»
El volvió a sonreír, y respondió tranquilo:
— «No querida Marley, esos monos solo habitan en nuestra isla.»
Ella volvió a sonreír, y aquella sonrisa tan pura ni tan siquiera era enturbiada por unas lagrimas que parecían querer brotar de una fuente llena de historias que contar, y que solo se purgarían al ser escuchadas.
Ella intentó responder a aquello, pero se había quedado desarmada. Emitió algunos balbuceos, y viendo su gesto, él supo que solo quedaba una cosa por hacer, y la besó.
Aquellos segundos fueron tan breves como eternos, y al concluir aquel apasionado beso, se dejó abrazar por el, ya no le quedaban fuerzas ni pudor para ofrecer resistencia.
— David ̶— dijo él
Ella se tomó unos segundos, sin dejar de abrazarlo.
— Eva ̶— susurró ella, algo avergonzada. Poco después, ella añadió:
— Algo que comienza tan bien solo puede ir a peor..
El se tomo unos segundos para contestar. Y luego añadió:
— ¡O no!… quizás tu seas mi pegamento.
Dedicado a un juego que marcó una generación.
¿Dónde estás Elaine?
Inmortal Monkey Island…
Vaya pena