La bola de nieve
Tejidos los hilos, hicieron el nudo en que se cruzaron las miradas, lo que sucedió desde aquel momento… fue responsabilidad enteramente suya.
Él adoraba la claridad de sus ojos océano y la sonrisa pura de aquella boca sensual y dulce, su tacto cuando la abrazaba, sus brazos hogar.
Ella valoraba la calma por encima del miedo, la pertenencia por encima de las dudas, la fe en él que le hacía olvidar su conformismo y agnosticismo.
Él lo dejaba todo en cada beso, aunque siempre le quedara un mucho más.
Ella necesitaba que aquellos labios cerraran todas sus heridas.
Él la besaba como si nunca hubiera besado a nadie.
Un buen día, su amor envuelto en papel de regalo se lo obsequió a aquella chica en forma de bola de cristal, de las que una vez agitadas, evocan paisajes nevados, rincones lejanos. Él hizo la metáfora con su corazón, y ella lo aceptó llena de emoción. «Cuídala con esmero» añadió él, y ella asintió sonriente.
Pasaron los días y tras la novedad, ella dejó la bola en una repisa.
Dio por sentado que aquella preciada posesión era suya, y dejó que el tiempo la cubriera de polvo, pasando sin aprovechar bien los minutos juntos. Coleccionó otros objetos, desarrolló otros sueños.
Alguien le obsequió un album de fotos, de retratos olvidados, de ninfas sin agua.
Ella lo colocó en la estantería, distraída, sin darse cuenta de que un objeto se aproximaba al borde para hacerle sitio.
Segundos después, un ruido se coló por su columna intrépido y eléctico.
Una lágrima con vida propia se deslizo por su helada mejilla.
Miró al suelo para que sus ojos confirmaran sus temores.
Quedó tan solo un charco de agua y pequeñas motas de nieve entre cristales.
Levantó la vista triste y vio como desaparecían todos los objetos que él le había regalado, dejándole tan solo montañas de recuerdos compartidos junto a ese chico que le prometió el cielo a cambio de tan poco.
Corrió al estudio dónde él estaría dibujando aquellos enormes planos de edificios, y tan solo había unas estanterías… él no estaba, ni su mesa de delineante ni sus libros o su portátil.
En otro rincón del mundo, un chico comenzaba amnésico una nueva etapa, con recuerdos lejanos y difusos que parecían cuentos de hadas, sobre una chica de ojos océano y labios de seda. El destino le había regalado una sonrisa limpia y otra bola de cristal.
Y desde que la tuvo en sus manos, supo tratarla con esmero, reservándola para quien de verdad la quisiera y supiera darle el valor que él consideraba que aquel tesoro merecía.
Si véis esa bola de cristal… luchad por ella,
porque con ella… nevará siempre.
Sí que es cierto aquello de que muchos no saben valorar lo que tienen hasta que lo pierden.
Me ha encantado como has conseguido transmitir esa idea en forma de relato.
Un besito niño.
Gracias preciosa,
un abrazo enorme