Invasión extraterrestre
Ponen las noticias: «El mundo está siendo atacado por una raza alienígena«. No incluyen testimonios gráficos mas allá de unos vídeos borrosos envueltos en gritos mientras la gente huye aterrorizada. En el cielo hay algo negro, enorme. Son malos, malísimos, y quieren usar nuestros huesos de mondadientes. La gente comienza a correr aterrada al escuchar la noticia, busco un hueco tranquilo e intento hablar con mi madre para saber si pueden refugiarse, luego intento hablar con mi hermana en las islas, tampoco tengo éxito. Algo dentro de mí me hace confiar en que ambas sabrán ponerse a salvo. Además, para no decepcionar a las peliculas yankees, el apocalipsis alien empieza por las capitales, y no se pueden olvidar de Madrid; miro por la ventana de mi oficina y aquello parece Nueva York. La gente huye despavorida y en medio de esta situación pienso en qué mujer, presente en mi corazón, debo poner a salvo. Mi brújula está perdida, no veo un rostro claro, así que parece que sólo tendré que preocuparme por mí y por algún conocido con el que me cruce. Actualizo las redes sociales «Huyendo!», voy a intentar salvarme sin empujar a nadie a la perdición, e incluso intentando ayudar a quien pueda en mi camino a un refugio del que desconozco su situación.
Cuando corro por las escaleras veo a una compañera de trabajo, en lugar de estar asustada sonríe, y sólo lleva puesta una camisa blanca, se pone a hablar conmigo y parece tan tranquila. Se me insinúa sin sutileza sugiriéndome una apasionada cópula encima de la mesa que alguno de nuestros jefes ha dejado vacía. Sorprendido por tal invitación, le grito «¿No te das cuenta de que el mundo se acaba?», a lo que responde «¿Y?». Me quedo boquiabierto, pero obviamente, tiene razón, esa camisa semidesabrochada hace que me olvide de los extraterrestres por un rato, y ya que el mundo se acaba… pues follemos.
Fragmento de este poster de esta película de 1957.
Justo antes de descubrir alguno de sus espectaculares pechos, mientras me atasco en un botón de la camisa, me despierto angustiado, jodido pues aún perdura el agobio apocalíptico, agravado por despertarme cuando empezaba lo mejor del sueño, aunque no tardo en darme cuenta que eso de que el mundo no se acabe, tiene más beneficios que otra cosa.
Cuando tengo estos sueños, cambia la ropa y la ubicación de la hipotética amante, y, si en ese momento de mi vida estoy enamorado, escapo tambien de ella como si fuera parte del peligro que me persigue.
A veces son alienígenas, otras meteoritos, incluso zombies o bichos gigantes. Sea lo que sea, al menos una vez al año tengo este sueño con tantas cosas en común, y cuando puedo ponerle nombre a la persona que busco desesperadamente, sé de quien estoy enamorado.
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