El largo camino…
Por fin llegué de nuevo al borde de ese acantilado en el que pensaba mientras escribía alguna que otra historia, junto a mi querido faro, donde tantos pensamientos he derrochado llevados por la brisa, dónde siempre extraño consuelo he encontrado. Me siento y respiro hondo antes de encender un pitillo, y con mi mente, doy un paseo por el largo camino que me ha llevado hasta ahí.
Esa maravillosa tierra que me cautivó tarde, pero para siempre, hogar verde y azul con olor a Albariño. Aquel primer amor que nadaba en una de sus playas donde mi inocencia y falta de experiencia me deparan recuerdos vergonzosos, besos desentrenados y una primera herida que condicionó mágicamente todo lo demás. El conformismo para la cura de una relación fácil y cómoda, primera pareja, comenzar a crecer. Descubrir una afición y una red que acabaría dándome de comer. Perderme en los mundos de la noche para saber de primera mano, lo peligrosos que eran. Aquellos besos llenos de morriña, veneno y mentiras. La doctora que coleccionaba conchas marinas. El camino sin retorno a Madrid…
Exhalo otra calada de ese veneno… recordando cómo me fumé mi primer pitillo, aquel día, recién llegado a la capital, cuando entró en mi trabajo el novio de la chica que me gustaba, al que dejaría más tarde para estar conmigo. Ella me dio una segunda familia, y yo, no supe darle lo que quería, lección aprendida, según los planes de mis parcas. Locura transitoria. Una tirita escasa que sólo ofrecía deseo. Aquella gran mentira que tanto dolía. Reencontrar mi equilibrio, aprender a disfrutar del mundo como nunca. Una reunión de extraños, la semilla de un comienzo…
Respiro profundamente llenándome de ese aire limpio con sabor a mar, y lo estropeo fumando justo después… Aquel amor idealizado que parecía imposible y se hizo realidad. Una belleza que me hipnotizó, en ambos sentidos. Una etapa llena de viajes y momentos, de regalos y recuerdos, de miedos y tropiezos. Abandonar la que era mi casa para emprender un viaje con vuelta. Un año en el torreón de un castillo, sin cuerda. Verdades como puños, olvidos honestos. Un nuevo credo. Una salida dolorosa. Un punto de partida, de encuentro… conmigo.
De nuevo el pitillo, fumando hondo, recordando… Aquel dolor que me permitió abrirme al mundo y descubrir que no era para tanto. Aprender en silencio auténticas revoluciones. Valorar los verdaderos amigos. Cuando el uno, se convirtió en tres, como el oráculo había predicho. Encontrarme desequilibrios a los que conseguí ser esquivo. Luces en la noche. Bebidas sin hielo. Evitando trenes de esos que envía el deseo. Incluso más que aprender de lo aprendido, pero por fin había encontrado un camino. Apaciguando carencias, sembrando destinos, buscando en miradas esos ojos que soñando ansío. Cuando lo construido se derrumba y te quedas contigo mismo, y el miedo te planta cara, y le sonríes… lascivo.
Apago el pitillo contra una roca, me levanto y miro al frente, vacío… intento adivinar un futuro del que no tengo ni pistas ni señales, ni verdades ni más caminos que el tuyo, tan solo deseos y el sueño de esa cálida mirada con olor a hogar, un libro a medio escribir dónde seguir bocetando lecciones. El pasado es un puñado de folios que el viento se lleva dejando lo que hayas sido capaz de leer hasta ahora, y el mañana, el día propicio para recopilar nuevos sueños, perderme en tu mano, dibujar una vida, construir un sendero… conmigo… contigo.
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Es realmente increíble. Hace dos segundos corté con la mujer de mi vida, y esto que leo en este mismo instante, encaja perfectamente con lo que siento ahora. Un abrazo desde Uruguay.