Relato: «Ese veneno lento»

El rencor es un veneno a veces lento… pero que vaya a la velocidad que vaya acaba por consumirte — dijo Santiago mientras con un cuchillo de montaña, sacaba de sus uñas la roña acumulada en los últimos días. Con su barba recia, larga y descuidada, y sus ojos azules iluminando su oscura cara, su cuerpo parecía llevar semanas sin ducharse ni comer, y estaba lleno de marcas de barro y suciedad, mientras iba mostrando las primeras señales de desnutrición severa.
Tras un minuto de reflexión entre temblores, prosiguió:
Cómo te decía, el rencor es peligroso compañero de viaje, y he decidido liberar a una conocida a la que aprecio de su carga, y hacer un poco de justicia en su mundo… al final, esto podría ser parte de una cadena de favores, cuando haces limpieza… toda la estancia gana en habitabilidad, si yo me encargo de ti, no solo le hago un favor a una buena persona, sino que aporto mi granito de arena al mundo, y a mi me aporta el desahogarme de tensiones por las injusticias del día a día, que además… tu dolor es más que justo si vemos lo que has hecho.
Frente a él, un hombre estaba fuertemente atado a la butaca, con la cabeza baja, semiinconsciente. Era delgado y pequeño, e iba vestido como el clásico funcionario gris, con su cara a juego. Iba bien afeitado y con el pelo engominado revuelto por el ajetreo del secuestro, llevaba pantalón de traje, chaqueta mohína de lana y una corbata terrible. Estaba agotado y se movía lentamente, llevaban un día en esa habitación y sólo había estado escuchando a su captor divagar sobre la vida, ya hacía horas que había dejado de gritar y defenderse, y se había resignado a su suerte.
Santiago lanzó con dureza el cuchillo al suelo para clavarlo, despertando y asustando a su víctima, y cogiendo aire profundamente, prosiguió:
El rencor, querido pedazo de mierda, nos consume ¿no es así? Y nos convierte en aquello que no queríamos ser… ese es tu caso. Hace años, te conocí fugazmente, ni tan siquiera creo que repararas en mi, me pareciste buena gente y vi algo de mi en ti… me caíste bien. Así que me sentó fatal cuando años después me enteré que engañabas a tu mujer con otra, y que lejos de sentirte culpable, convertías tu amor en rencor para hacerle la vida lo más difícil posible, qué decepción más grande, querido Robert.
El corazón del secuestrado empezó a latir como queriendo escapar de su pecho y volver a casa, por primera vez había escuchado el motivo de estar allí preso, hasta entonces era todo una locura sin sentido. Aquel hombre le conocía, y conocía a su exmujer, ya lo había visto antes ¿Quien sería? ¿Cuándo se habían visto? Su confusión no podía ser mayor y su cabeza apenas podía hilar pensamientos coherentes buscándolo en su vida, habitaba un delirio febril apestoso y lúgubre, un pasadizo sin salida.
Durante años he escuchado cómo tu mujer sufría por cómo usas a vuestros hijos de armas arrojadizas, por cómo vives para hacerles daño, para complicarles la vida, para hacer todo del modo más difícil y doloroso posible… y eso que tú rompiste la familia liándote con otra sin reconocerlo hasta que ya era tarde y el daño era máximo, pero no estás dispuesto a permitir que ella rehaga su vida ¿no? aunque en torno a ella prolifere la luz y tú solo seas capaz de rodearte de podredumbre y mentiras. Disfrutas haciendo el mal, no solo para la que antes amaste por encima de todo, sino para los frutos de vuestro amor que son parte de ti… por consiguiente, eres malo de verdad, no solo estúpido, has tenido mil oportunidades de dejar hablar al corazón y ser justo, y sin embargo, las has silenciado. No siempre he hecho las cosas bien en mi vida, pero puedo hacer esto bien, puedo hacer justicia, y hacerte pagar por tus pecados…
Al escuchar aquellas palabras, se sintió culpable. Por unos momentos entendió lo cobarde y miserable que había sido, pero no tardaron en llegar sus egos para protegerlo y recordarle las virtudes que creía tener, así cómo su necesidad de sobrevivir y la verdad que él había visto en sus actos.
… así que debes elegir, te daré 30 minutos para convencerme de porqué debo dejarte vivir, o sino acabaré con tu miseria.
Levantó la cabeza para mirar a su captor sorprendido, exprimiendo su cerebro para buscar una salida a aquello. Eso hizo durante esa media hora, buscar salidas, negociaciones, modos de convencer a su secuestrador de que podía cambiar y ser mejor, para una vez libre poder denunciarlo, y sobre todo, hacérselo pagar a ella, culpable tanto si sabía que algo así iba a pasar como sino, culpable de la existencia de este amigo que le hacía un favor de lo más cruel. ¡Eso es! Pedir perdón como un loco, decir todo lo que quiere oír, y convencerlo de que compensaría su mal comportamiento con buenos gestos, cuidando de que no le falte nada ni a ella ni los niños… aunque de salir de esta, su intención era todo lo contrario.
Ya imagino por dónde vas — interrumpió Santiago cumpliendo el plazo — ¿Crees poder convencerme de que cambiarás? No sé si eres más malo… o más tonto. Este rato ha sido para que te ilusiones, para darte una esperanza que no mereces, cómo la que tuvo tu expareja cuando pensó más de una vez que retomabas el camino cordial y solo estabas preparando una trampa para seguir castigándola con denuncias falsas, mentiras y malos rollos. No tengo paciencia para regalarte más que media hora de esperanza, lo siento, ahora debes pagar. ¿Ves esa preciosa espiral que da vueltas a en torno a ti y que llega a tu silla por tu espalda? Qué bonita me ha quedado… con la silla anclada al suelo, no puedes ni acercarte a ella, y sin embargo, puedes verla bien. Según mis cálculos, son otros 30 minutos de reflexión, esta vez… ya no para convencerme a mi, sino para perdonarte. Esa mecha sale por aquella puerta, y la encenderé junto al primero de los 5 pitillos que me fumaré en tu honor mientras espero a que explote el barril de pólvora bajo tu silla. ¡Morirás como un pirata! Ni eso te mereces cabrón, eso es otro regalo. Así que venga, cuídate mucho y saluda en el infierno, en un tiempo me reúno con vosotros.
No supo qué decir.
A los 29 minutos se arrepintió de corazón por haber sido tan cabrón.
Pero ya era tarde.
 

Beautiful image from Stockvault. Called «Burned chair», from Bjorgvin (thanks)
 

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