La china del bisturí (I)
aunque no la he vivido yo, sino un amigo. (Lo juro por Snoopy)
Cuando esa chica le hizo like a mi perfil de Tinder ni se me pasaba por la cabeza la historia que iba a empezar, tan solo miré sus fotos y pensé en el morbazo de su look de asiática modosita, con su pelo en dos colores y una boca de infarto, así que no tardé en escribirle para ver si empezábamos una conversación y daba pie a algo más, aunque parecía demasiado bueno para ser cierto y no veía muy probable un encuentro apasionado, pero sería sin duda interesante hablar con alguien así.
Costaba mucho entenderse por el lamentable chat de esa aplicación, lento e incómodo, y además su inglés era peor que el mío, así que muchas cosas se quedaban en al aire sin dejarlas bien explicadas, pero tampoco todo era malo, las torpes palabras hacían que ambos nos tomáramos todo a broma y no nos perdiéramos en matices insulsos.
No tardamos mucho en quedar, le sugerí uno de mis bares favoritos de Saint-Michel, desde el cual se veía la Catedral de Notre-Dame, y aceptó encantada. El día no acompañó mucho y estaba gris, pero el ambiente en el bar era excelente y conseguiría que estuviéramos muy cómodos.
Entonces apareció Maylin, de origen chino. Efectivamente, estaba tan buena como en las fotos, aunque no llevaba una ropa tan sugerente como para no dejar lugar a dudas. Llevaba un maquillaje tan tenue que no era capaz de verlo, el pelo liso por los hombros, y en el marrón de sus ojos había un pozo que me apetecía explorar con cautela.
Al principio nos costó arrancar, pero no tardé en hablarle de mi vida como arquitecto y mi pasión por el diseño, y ella me contó su vida familiar, sus costumbres, el trabajo en la tienda de sus padres y algunas de sus pasiones. Al cabo de una hora y media parecía que nos conocíamos de toda la vida y poco importaba que su inglés fuera incluso más torpe que el mío o que yo no hablara ni puta pizca de chino o francés, daba igual, la química empezaba a brotar y un roce de nuestras manos me erizó la piel dejándome embobado y tan pálido como ella.
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Aquel día nos retiramos a las 23:00, tras más de tres horas charlando. Nos habíamos ido acercando y entre tanto tonteo, nos dimos un par de besos. Era Jueves y el Viernes ambos teníamos que trabajar, pero habíamos quedado al día siguiente a la misma hora en el mismo sitio, después del trabajo, y ninguno de los dos trabajaba al día siguiente, la tensión se podía palpar mientras concretábamos la cita.
Al llegar a casa, empecé a recoger un poco la ropa tirada por todas las esquinas de mi diminuto apartamento e hice una bolsa de basura con las cajas de cereales y galletas que estaban repartidas por allí. Llevaba varios fines de semana proponiéndome hacer limpieza, y ahora me había cogido el tren de lleno, era tarde y quería dejar aquello recogido por si al día siguiente tenía suerte, y aún no había cenado nada, así que me puse manos a la obra nervioso y pensando en la preciosa asiática.
Pasé el día laboral en las nubes, distraído y ausente, tenía que hacer algo bastante mecánico y eso me salvó la vida, pero el día fue desesperadamente lento. Cuando a las 19:00 estaba saliendo de la ducha pensé en liberar tensión para aplacar los nervios, pero opté por reservar mis fuerzas para ella, por si se alargaba la noche.
Una vez listo, puse rumbo al bar, que estaba muy cerca de mi casa, y al girar la esquina pude verla apoyada en la puerta de la entrada esperándome. Estaba más sexy que el otro día, y esta vez su ropa dejaba ver algún tatuaje. Al verla de lejos pensé que quizá el bar estaba cerrado, pero no era así, había varias mesas libres, así que le pregunté:
— ¿Entramos?
Y me miró pícara y me dijo: ¿Y si nos vamos a tu casa?
Sonreí y asentí ¿Para qué hacerme el interesante? Lo deseaba tanto como ella o mas…
Dado que dormitorio, salón y cocina eran una unidad en mi apartamento, nos sentamos en la cama sin buscar el sofá e instantáneamente empezamos a besarnos y magrearnos. Efectivamente, estaba buenísima, y besaba tan bien que no podría explicarlo. Sus manos desabrocharon mi camisa sin que me diera cuenta, y poco después, se colaron bajo mi pantalón en cuestión de segundos, desabrochando el cinturón y los botones en un gesto rápido y preciso. Empezó a mover su mano a un ritmo celestial, no creo que yo fuera capaz de masturbarme mejor, y tras morderme el labio con fuerza, se echó hacia atrás y bajó su boca hacia mi miembro para continuar el trabajo y masajearlo con pasión.
No tardé mucho en acabar, y aunque entre titubeos le advertí de varios modos que estaba llegando, ella no se inmutó y siguió hasta el final, con una maestría sin par. Creí morir de placer, perdí el control de mi cuerpo y me quedé tendido, casi desmayado, sobre la cama, sin ser capaz de percibir ni luz ni temperatura, como si estuviera en una puta nube tras haber recibido la caricia de aquella magnífica diosa asiática.
Al cabo de un minuto abrí los ojos y allí estaba tendida a mi lado mirándome, acariciando con dulzura mis genitales, mientras traviesa, esperaba a que me recuperara.
Me fijé entonces en una cicatriz en su hombro, que me recordó a otras que había visto en su mano.
— Vaya ¿Y esa cicatriz?. — le pregunté, inocente.
— ¡Ah! Es un corte que me hice. — respondió, y sonreí pensando «cosas de la vida, todos nos cortamos» — Me gusta hacerme cortes — prosiguió, y abrí los ojos mientras mi corazón se sobresaltaba ante un comentario aparentemente tan nimio y sin embargo, tan revelador. Intenté calmarme e interesarme por ello sin parecer un paleto.
— Vaya ¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir? — le dije con voz temblorosa.
— Pues eso, me excita mucho hacerme cortes en la piel… y hacerlos a otras personas, cortes pequeños, controlados, que luego se cierren en una preciosa cicatriz.
Me quedé en silencio sin saber qué decir, entre las reminiscencias del orgasmo no me habría sorprendido que George Michael hubiera aparecido bailando en la mesa de mi habitación. Sin embargo, aquello sí me había dejado sin palabras, e intentaba recuperarlas mientras mi corazón recobraba su ritmo e irrigaba mi cuerpo que se había quedado blanco.
— Y sabes una cosa… me excitaría mucho hacerte un corte ¡Me pondría tan cachonda!.
Cogió su bolso y sacó un bisturí, mirándome libidinosamente. Por alguna extraña razón, no entré en pánico, e incluso me pareció sensual.
— ¿Dónde quieres que te lo haga?. — me preguntó
Miré aquellos preciosos ojos marrones, y sonreí.
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