La perfección está hecha de pequeñas cosas

Empezaba mi semana, se me cerraba una puerta y me sentía atrapado, era incapaz de ver las ventanas, las que siempre tenemos, y las que aparecen tan solo cuando las necesitamos.
Mis horas fluctuaban entre la cutre ilusión que se compra con dinero, esa necesidad de escapar rumbo al azul, y el ansia por oler una piel mientras mis labios y manos la recorrían lentamente. Pero debía ahorrar, esperar hasta entonces el momento de cerrar mi viaje, y no había cuerpo ni alma disponible para desbordar un sentimiento que la vida me enseñó es algo imprescindible si quieres convertirte en escalofrío en la piel de alguien.
Respirando recordé lo bonito de aprender y crecer. Recordé que hay que estar nervioso para aprender a mantener la calma, y hay que perderse para encontrarse. Que has de purgar toda esperanza para que el destino te demuestre cuanto te equivocas. Que los viajes más esperados son los más bonitos. Recordé todas esas partidas en las que apenas quedándome vida, conseguí remontar o llevarme a muchos otros jugadores conmigo a la tumba antes de perder una vida… y empezar otra. Recordé el frescor del agua en tus labios tras haber cruzado un desierto, y el sabor de una boca después de mucho tiempo sin tener alguien en quien derramarte y entregarte por completo.
Así, que tan solo soñé, que era pelirrojo, y que por fin la había encontrado…