Cuestión de tetas

— Entonces ¿te gustan?
— Sí, claro, mucho — y entonces vi su cara de desaprobación, cierto es que las mujeres son tan sensibles y difíciles de llevar como somos los hombres jodidamente imbéciles y putas piedras sin empatía. Fundí mis labios en su suave axila, y luego me incorporé un poco para sin dejar de acariciarla, hablarle al oído:
— Son preciosos cielo, tienes unos pechos maravillosos, tienen una proporción magnífica y el tamaño ideal ¿Ves como mi mano los cubre sin que desborde ni me sobre espacio? Perfectos… — dije lo más dulcemente que podía
— ¿Y son así cómo te gustan a ti? A los chicos os gustan grandes… o eso parece. — dijo con tono triste
— A mi personalmente nunca me gustaron grandes, prefiero forma sobre tamaño, y nunca me he encontrado ningunas demasiado pequeñas, y sí todo lo contrario… — añadí conciliador, y mi cerebro se dio cuenta con retraso del posible error cometido
— ¿Cuantas tetas has acariciado tú? — dijo ella inquisitiva. Y sí, ahí estaba mi error.
— Pues no sabría decirte, quizás haya estado con seis o siete chicas — respondí, intentando convencerla con aquella mentira piadosa, tanto que en aquel momento hasta yo me la creía.
— ¿Y cuales han sido tus favoritas? — siguió preguntando sin darse por vencida.
— Pues mira, ahora mismo solo puedo pensar en unas… las que tengo al alcance de mi boca, las demás son como las formas de las nubes, forman parte de un pasado borrado por el viento, y no pienso en ellas. — dije, esperando que aquella inspiración poética me salvara de la hoguera.
Ella se ruborizó ligeramente y me besó con pasión. Yo dejé a mis manos que se perdieran en su piel e hicimos el amor por tercera vez aquella tarde. En aquella relación sin definir quizás hubiera un futuro, había tantos factores a favor y tantos en contra. Pero una cosa quedaba clara, esas conversaciones se repetirían si no conseguía que mis actos, besos y palabras no fueran cubriendo poco a poco los agujeros que mi dulce compañera tenía en su autoestima.
Creo que no lo hice bien.