El mirlo blanco
Había una vez, un mirlo blanco, un ejemplar único cuyas plumas eran una extraña anomalía en su especie, que siempre ha sido oscura, entre el negro de los machos y el marrón de las hembras. Este ejemplar albino, tenía además, una de las melodías por voz más prodigiosas de la zona. Gozaba de la admiración y el respeto de todos, y era por elección unánime el rey sin corona de su especie. Todos eran amables con él, incluso otras especies de pájaros le tenían un gran respeto por su elegante diferencia y se postraban a una singularidad que veían con buenos ojos.
Poco a poco, la adulación se había convertido en soberbia, y el mirlo blanco no veía límites a sus deseos ni a su arrogancia.
Una tarde de verano, persiguiendo una mariposa que aleteaba obstinada por sobrevivir, se lanzó a por ella tan errado en sus cálculos, que en lugar de cazarla acabó colándose por una chimenea de una casa, con la buena fortuna, dentro de lo complicado del asunto, de que estaba apagada.
Aún así, su vida corrió serio peligro cuando el hollín se desplomó encima de él, impidiéndole respirar pues con su aleteo nervioso no hacía más que enturbiar aún más el aire que lo envenenaba. El cansancio llegó y sus fuerzas se desvanecieron, y se quedó tendido en la chimenea asumiendo el final de sus días.
Al abrir los ojos estaba todo en calma, y vio que la estufa de leña tenía una salida que permitía evacuar las cenizas al exterior de la casa, y empujando logró colarse por el hueco, y emocionado, volvió de nuevo a ver el Sol y los árboles, dejando atrás la oscuridad con sabor a pesadilla. Tras varios intentos pudo emprender el vuelo con éxito hacia una zona frecuentada por unos amigos. Al llegar, le miraron con asco y desprecio, y cuando intentó explicarles, su voz salía ronca por las cenizas que obstruían su sistema respiratorio. El pájaro, que ahora era gris oscuro, se sintió más dolido que indignado, y viendo la actitud de quienes le rodeaban, y el cansancio acumulado, se retiró a un rincón tranquilo a pasar la noche.
Al día siguiente, se despertó animado y feliz, valorando su vida como nunca antes, recordando el terrible susto y reordenados algunos de sus valores que él sentía habían cambiado para siempre. La gran mayoría de sus amigos y admiradores le trataron tan mal como el día anterior, pero hubo quienes le trataron aún mejor que antes, no solo por compasión, sino por corazón. Otras aves de mayor tamaño que antes le respetaban ahora no lo hacían, pero conoció a otras especies con una mirada renovada e inocente.
Al día siguiente fue a bañarse al lago y recuperó su blanco, en los días siguientes también recuperó su voz… se seguía sintiendo un mirlo gris, y se rodeó de quienes miraban a través de sus ojos su alma, y no de quienes querían verse reflejados en su espléndido plumaje blanco.
A veces vuelve a aquella casa dónde de una chimenea rebosan cenizas, para revolcarse en ellas, entre risas de júbilo y libertad, agradecido a ellas por convertirlo en quien es y será siempre.
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