Mentiras resbalando por la mejilla
Determinadas circunstancias de la vida nos dejan una huella, la profundidad de la misma viene determinada por factores tan diversos que su cálculo requeriría de una compleja ecuación, suponiendo, claro está, que ciertos aspectos del alma humana pudieran plasmarse al amparo de las leyes de las maravillosas matemáticas.
Muchas de esas huellas, esos traumas, nos dejan un lastre que nos impide avanzar y volar más ligeros en una vida por la que pasamos de puntillas. Otros, sin embargo, nos hacen mejores. Si en una guerra atraviesas con tu espada un pecho enemigo, pueden pasar dos cosas: puede gustarte, y querrás repetir… o puedes matar una parte de ti, y jamás volverás a pasar por nada parecido; la indiferencia en este caso no es una opción.
Cuando has vivido lo devastadora que puede ser una mentira, por haberla parido, por haberla recibido, sitúas la sinceridad como la más fiel de tus amigas y huyes del dolor que causa un corazón manipulado bajo el telón del engaño. Y hace ya tiempo vi un dolor que me hizo desterrar a esas escurridizas enemigas, las mentiras, de lo que soy, facilitando el camino de lo que quiero ser.
Pocas licencias le quedan ya a la dictadura de la mentira, pocas que yo me permita. Evitar un mal mayor, hacer infeliz a alguien, mi necesidad de verdad no debe sobreponerse al bienestar de otras personas, así que en batallas que sabía que no podría ganar jamás, reconocí la autoridad del Papa, aunque nunca haya sido ni remotamente católico.
Anoche sentí miedo. En un laberinto de pensamientos y gestos me di cuenta de que por mucho que mi corazón busque una vida sin máscaras, muchas son las que deberé ver caer en los demás. ¿Quien a sus treinta no ha vivido la desgarradora realidad de una amistad falsa? ¿Quien a sus veintipocos tiene su corazón intacto? Ni la más profunda de las promesas sobre la franqueza hacia tu entorno garantiza que el mundo te vaya a deparar lo mismo, esa es otra de las lecciones de la vida, no por mucho que des tendrás algo a cambio, una afirmación, que por otro lado, hacemos sin esperar a que la vida cierre su círculo, quizás solo entonces podríamos afirmar eso sin error.
Cada pasillo que pone rumbo a un corazón es un laberinto, cada mirada en tus ojos un singular comienzo. Los miedos son calcetines de plomo que podemos ponernos uno tras otro, nos seguirán valiendo los mismos zapatos y eso nos impedirá ver lo que nos hacemos. Somo estelares, «Somos el Universo puesto de manifiesto, que intenta descubrir su secreto», y sobre todo, somos nuestra actitud hacia el mundo. La belleza nos rodea esperando ser vista, los miedos se esconden allá donde no llega la luz, y el destello que los mata reside en nuestra capacidad de intentar comprender la verdad y vivir a pecho descubierto, donde las flechas harán más daño, donde las caricias curarán más rápido.
Las mentiras se deslizaron hace tiempo por mi mejilla, borradas por la lluvia de un pasado en el que hice horas extra de aprendiz y barrendero de rencor, y mientras no me falten las fuerzas, mientras siga ardiendo la vela de mi esperanza, seguiré luchando contra ellas.
En tus ojos veo mi verdad,
en tus ojos cierras mi círculo,
los miedos me agarran para que no lo cruce,
y mi alma cierra mis ojos para librarme de ellos.
Tan solo un camino, una opción, un trayecto,
tan solo creer, tan solo esperar,
tan solo reunir todas mis fuerzas…
… y saltar… contigo.
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