Ni un café… ni París
Uno de mis cuadros favoritos es «Café de París» de Van Gogh ¿No te suena? Con razón, porque me acabo de dar cuenta que llevo toda la vida llamando mal al puto cuadro… resulta que se llama «Terraza de café de noche«. En fin, este error encaja un poquito con lo que quería contar, que era básicamente, quitarme los calzoncillos y dejarme ir… aún a riesgo de cogerme un catarro.
Hoy pensaba sobre lo inevitable de algunos errores, todos somos cómo ese personaje de una película, que hace de espectador inmóvil que observa cómo a pocos metros, un vampiro gigante devora a una persona y bebe su sangre, y lo miramos con la boca abierta pensando qué cojones hace mirando en lugar de echar correr, algo que siempre me ha puesto muy nervioso, me fascina más la estupidez humana que la existencia o no de vampiros, hombres lobo, unicornios o duendes de Cornualles. A veces en nuestra vida hacemos algo parecido, observamos cómo vamos en nuestro barco rumbo a una catarata que nos partirá en mil pedazos, y sin embargo, no somos capaces de saltar antes de que suceda y salvarnos nadando a la orilla.
Y a veces pasamos la vida pensando que las cosas son de un modo, y son de otro, a veces pensamos que el destino está urdiendo un plan a nuestro favor, y es en nuestra contra, o al revés, o quizás tan solo intente enseñarnos algo importante para nuestra vida, o para la siguiente. De verdad que a veces veo tal magistralidad en la sucesión de los acontecimientos, que me parece imposible que no estén organizados por una entidad superior, que prefiero imaginar cómo unos alienígenas jugando a las canicas con nuestras vidas antes que un Dios de pelo cano y aspecto bonachón.
Nos os desesperéis, que aquí viene lo del cuadro.
Pues eso, cuándo las causalidades, las coinciquerencias y las rimas me sobrepasan… siempre me imagino apacible y tranquilo tomando algo en mi café de París, o la versión «low cost» para mi, que sería mi querida playa de Bastiagueiro, dónde siempre he tenido línea directa con esos alienígenas que juegan a las canicas. Allí estoy, haciendo respiraciones profundas y con cara de llorón, imploro al cielo respuestas… que a veces me llegan en la siguiente tirada de dados.
Y sí, estoy en ese momento de la vida en que disfrutar de la paz… lleva el veneno de mirar expectante al frente pensando en cual será el siguiente giro de guion, realizar proyecciones e intentar usar el pasado como trampolín, y no como refugio. Mi universo a veces parece comprimirse, y otras quiere estornudar y dejarme lleno de mocos. Incluso aquellas victorias que me llevaron a evitar posibles infiernos, dejan consigo cierta nostalgia. A veces el síndrome de Estocolmo hace que añores a aquella persona que aunque te quería mal, te miraba fijamente a la cara diciendo «Eres mío«, haciéndote sentir inmortal, aunque una semana después te hiciera sentirte acorralado y descubrieras nuevas aristas del miedo. ¿Hasta que punto la nostalgia tiene que ver con lo perverso que es el Olvido o con lo imbécil que es el Corazón?. No lo sé, a veces me pregunto si con lo que sé ahora podría haber encontrado plenitud en algún amor pasado o todos tuvieron el único sentido de ser maestros de vida, y enriquecer mi caldo hasta sentirme a gusto con lo que quiero ser y el a dónde voy.
Cuándo me dejo atrapar por las dudas y los miedos, acabo inmerso en un vendaval de pensamientos hasta que agotado… vuelvo a sentarme imaginariamente en mi café de París, una plácida noche, con la mente en blanco y un te humeante delante de mi, que me sirve alguien que me sonríe tras ver mi alma en sus ojos verdes, y que sabe cuánto necesito esa bebida, a modo de deliciosa metáfora de «presente» y «ser», sin azúcar y que no quema.
Y disfrutando cada sorbo soy perfectamente feliz y me siento parte del uno.
Sea un café en París o un té en tu sofá, lo más valioso es que tienes ese rincón al que escapar.
A veces necesitamos tiempo para pensar, otras para tomar decisiones y unas pocas, simplemente para descansar y volver a caminar.
Todas las opciones son buenas, elige tu motivo y déjate llevar.