El empujón que dio la botavara
Aquel día habíamos salido a navegar unos amigos, pues uno de ellos había alquilado un velero para celebrar su cumpleaños y su nuevo trabajo. Éramos 7 personas, entre ellos 2 parejas consolidadas. La mejor amiga de la novia de mi mejor amigo, Elisa, era una chica con la que había compartido ya muchas noches de fiesta, y su forma de ser, acompañada de esa belleza tan especial, habían conseguido cautivarme, y sí, en aquel momento ya me lo había reconocido a mi mismo: estaba loco por ella.
Cuando hacía los preparativos para ese fin de semana en barco lo hice nervioso por estar con ella, y en aquel momento, una vez estaba ya subido al barco, entendía por qué. Ella estaba sobre una toalla en bañador, y yo consideraba seriamente la opción de tirarme por la borda para refrescarme y que se me pasara aquel terrible calor ocasionado por su presencia y una leve contribución del Sol.
El octavo pasajero era el patrón, que gobernaba el barco con maestría y la experiencia de tantos años en el mar, y ayudado por algunos de nosotros realizaba ajustes en las velas cuando era necesario para cambiar el rumbo o el modo de aprovechar el viento.
Entre mis amigos, un aprendiz de patrón al que le gustaba hacer las prácticas aprovechando tal evento, mostrando incluso exceso confianza, exhibía lagunas que con cabezonería convertía en una discusión con el patrón para convencerlo de sus argumentos.
En una de sus conversaciones se descuidaron y el viento cambió, en ese momento yo cruzaba el barco desde la popa para acercarme al ángel que en bikini estaba acostado cerca de la proa del barco. Al cambiar el viento, la vela mayor se movió, y la botavara se desplazó con una fuerza que parecía capaz de partir un hombre por la mitad, con la suerte de que alguien atento gritó avisando, y yo pude agacharme a tiempo, sintiendo como me rozaba un palo de acero la cabeza, justo antes de quedarme pegado al barco asustado por lo que podía haber sucedido… me imaginé cayendo al mar con numerosas contusiones, sin aire, sangrando, medio muerto, ahogándome mientras el barco frenaba y daba la vuelta.
En aquellos momentos, pegado a una de las ventanas de los camarotes, vi pasar ante mi muchas cosas… pensamientos huracanados, sueños, fotogramas de momentos, cosas que hice mal y que pude hacer aún mejor, amores perdidos, los encontrados. Escuché un murmullo de fondo de gente preocupada, preguntándome si estaba bien.
Respondí que estaba bien pero me tomé un rato en levantarme, y en tranquilizar un corazón a galope.
Entonces mis ojos recuperaron su brillo, se hicieron fuertes.
Una vez fijada la botavara, continué temblando mi viaje a la proa.
Al llegar ella se aproximó a mi mirándome asustada a los ojos, parecía a punto de romper a llorar. La cogí en mis brazos y la apreté con fuerza contra mi.
Y entonces le dije, mientras tendía su cabeza en mi hombro – Estoy profundamente enamorado de ti
Y se incorporó para mirarme con cara asustada, aún más que con la que me había recibido. Los segundos se hicieron eternos, pero entonces pasó algo extraordinario, sonrió, parecía salir de lo más profundo de su alma, sus ojos comenzaron a brilla emocionados, y echó la cabeza un poquito para adelante, y entonces la besé, un beso dulce y fresco tras el cual nos fundimos en un abrazo.
Y así empezó una bonita historia, que es pasado, presente y mañana.
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