Madrid, Invierno, Monedas, Miedos, Encuentros

En la ciudad en la que vivo no hay arena ni pies descalzos, ni mar que escuche ni mantos de musgo que abriguen la piel, ni trenes sin destino ni caminos de estrellas hacia el cielo, ni lluvia que empape ni charcos limpios.

Llega tímido el invierno y entonces un enemigo negro invade vanidoso sus calles. Con su mirada perversa y su sonrisa de dolar. Rey de Serrano que el trono ha conquistado invadiendo el espíritu humano, que del amor no entiende y que vive siempre endeudado.
El frío no amansa las luces que brillan ahora más que nunca, desafiantes. La gente mima sus paraguas, sus gorros les abrigan la razón, las limosnas cobran fuerza y por momentos, somos más que son.
Las pesadillas se arremolinan con el viento, los vacios aumentan de peso, los cláxones de atascos histéricos ponen melodía al frenético caos tembloroso de unas fechas tan temidas como amadas.

Me escondo en las esquinas, cuido mi calor. No cuento secretos a las nubes, ni pongo espinos entorno al corazón. Me detengo cada tres pasos, respiro, siento, le doy la espalda a mis lamentos. Acelero mi paso, me siento observado, me giro, te veo.

Te detienes sin semáforo, enciendes tus ojos color «pasen con precaución», me sonríes con tu bufanda marrón, envuelve tu pelo un gorro violeta, y me hablas sin mover tus labios sobre la vida y el corazón. Me prometes un mundo de luz y verdad, tus ojos me atraviesan, me regalas tu ropa más que interior, tus guantes enredan el ovillo de mi alma… pero yo miro al suelo avergonzado, y le susurro un cobarde «no llevo nada en el monedero del amor».

Contemplo el cielo con los ojos encharcados, y una gran nube gris me azota violenta en la cara, me obliga a darme la vuelta, a mirarte de nuevo, a sonreír mientras la carcoma del miedo deshace mi piel de madera, no quedan puertas ni ventanas, sólo tú, que me pides con un guiño que me acerque a ti, y tocado de muerte doy un último paso en tu dirección, y tú… tú das dos.