No Angel (II)

Pasó tanto tiempo desde las 00:20 que dijo que venía hasta la 1:20 que llegó… que llegué a pensar que era todo una broma pesada y que debía meterme en la cama.
Mientras tanto, vi algún vídeo de monólogos en el portátil y eché alguna partida en el móvil. Quería que el tiempo pasara rápido… y si se hacía muy tarde y era todo una broma, pues me llevaba un rato entretenido, una ducha profunda y revitalizante, y un recuerdo. Estaba considerando el dormirme, y de repente, escuché unos golpes tímidos en la puerta.
Abrí lentamente y allí estaba ella sonriente, con unos ojos preciosos y una sonrisa nerviosa. Su melena recogida y rizada era tan sensual, aquel lunar le daba tanta personalidad, y era de mi altura con tacones. Llevaba un vestido de una especie de raso marrón que dejaba ver su espectacular cuerpo, y su escote descubría aquel perfecto tesoro que me había dejado con la boca abierta en la foto que me había enviado desde la ducha.
Hola… pasa. – Le dije tembloroso. – Me parece increíble que estés aquí, llegué a pensar que era todo una broma, o un sueño.
Ella pasó y se notaba en su forma de moverse sus nervios.
Yo no hago cosas así nunca. – me dijo. A lo que respondí: Sí, lo sé, yo tampoco, vaya dos nos hemos ido a juntar.
Se sentó en la cama y mientras nos mirábamos fijamente, comenzó a relajarse. A los dos minutos de haber llegado ya la notaba mucho más tranquila, y se quitó la chaqueta y se descalzó. Contemplarla era un espectáculo. Su manera tan sensual de moverse, la perfección de su piel, su boca con unos labios grandes y carnosos, su piel ligeramente morena, su sensacional escote. Pero sobre todo, nuestras miradas cruzándose, aquel modo de quedarnos perplejos, recordando a dos enamorados, pero más «presente» quizás… perderme en aquellos ojos, era perfecta y plena paz.
Estuvimos hablando un buen rato, vimos juntos Hong Kong desde la ventana, hablamos por encima de la vida y sus cosas, de trabajos y de momentos vitales, pero sin entrar en sitios molestos como el que ella tuviera pareja y un hijo, y yo repasar lo que había sido un año muy complicado para el corazón y el alma.
Le di un beso en el hombro, yo estaba tan nervioso como ella, y no dejábamos de mirarnos sin comprender aquel guiño del destino, aquel encuentro tan extraño y especial de dos hispanohablantes en una ciudad de 7 millones y medio de habitantes, aquella magia fugaz conectándonos.
Y llegó el ansiado momento en que me besó. Aquellos enormes labios eran un abrazo, eran un nórdico, eran deseo… y hacían que yo me sintiera novato e indefenso ¡Yo! Mis labios decidieron que estarían a la altura y que no se iban a amilanar, y se entregaron sin miedo… saltaron al precipicio de aquella sagrada y celestial boca.
 
Bailamos… acariciar su piel fue descubrir de nuevo el tacto, tantear la perfección de sus formas era como un poema inédito de Neruda, el olor de su boca, de su pelo, de su cuello… su piel de gallina cuando le besaba en los sitios adecuados. De su cuello bajé a los hombros como una excusa perfecta para deslizar con mis labios sus tirantes, primero el derecho y luego el izquierdo, el vestido se resbaló y quedaron sus pechos al alcance de mi boca, y los besé con pasión mientras escuchaba su respiración acelerarse un poquito más, y no paraba de recorrer su piel, no podría cansarme de aquello, bajando por su barriguita mientras se reía por las tensiones liberadas y las cosquillas que le producía mi barba.
La puse de pie para dejar que el vestido se cayera al suelo, y aproveché para deshacerme también del tanga. La tumbé en la cama y volví a empezar en su cuello, aunque esta vez tenía claro mi objetivo. En unos segundo recorrí un cuerpo tan familiar pese a la novedad, de los hombros a los pechos, al ombligo, a los muslos… y aunque le daba un poco de vergüenza, fue más rápida y decidida mi lengua que cuando quiso darse cuenta ya exploraba su sexo dejándola indefensa ante mi.
Y así pude aprender sus ritmos, lo que le gustaba más, mirando de vez en cuando hacia ella y admirando la forma de sus pechos, seguí trabajando en un ritmo que elevara sus bioritmos. En medio de aquella pasión me susurró que se iba, que se iba, y yo seguí pues quería sentir en mi boca el temblor final de su cuerpo… y así fue, un espasmo perfecto, sintiendo en sus músculos la explosión a la que ponía melodía con sus gemidos. Pocas cosas me gustan más en la cama que sentir eso… y ese fue su primer regalo aquella noche.
 
Yo no podía pedir nada, ella tampoco podía dar, y sin embargo, me dio todo.
Era de esos labios por los que saltarías al vació sin paracaídas, feliz y sin miedo.
Bailamos, hicimos el amor y disfrutamos hasta que mi ángel quiso plegar sus alas.
Yo le habría hecho un hueco en mi cama de hotel, pero ella quería volver al nido de su casa alquilada.
Ambos nos despedimos sin saber si nos volveríamos a ver, ni cuando… ni dónde.
Aquellas horas juntos, aquellos momentos perfectos, se convirtieron en un tatuaje en mi alma, que no querré borrar nunca.

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