La delgada línea

Los humanos tenemos mesura, un cierto control, coherencia, una dosis variable de paciencia, un «saber estar» social… y otras muchas cualidades que nos mantienen a un lado de una delgada línea que lleva al descontrol en el cual volvemos a ser animales. Siempre que pienso en esa línea, recuerdo al genial Michael Douglas en aquel «Día de Furia«, en el qué tan bien dibujaban cómo un oficinista cabreado y hastiado de atascos y una vida gris, decide revelarse contra todo ello por haberse «llenado su vaso».
No es habitual que yo sienta llenarse ese vaso… soy tan tranquilo, que sé contar hasta cien si hace falta antes de meter un grito, y recuerdo contadas situaciones en las que he «perdido los papeles» en un enfado. Dialogo, respiro, vuelvo a dialogar, enciendo un pitillo, vuelvo a respirar, dejo pasar el tiempo… y normalmente, en todo ese proceso, he conseguido enderezar el problema o mi estado anímico para llevarlo todo a una normalidad sostenida.
Pero siempre hay una ocasión cada lustro en que todo eso no funciona, en que alguien busca desesperadamente dónde está el límite de esa línea… con sarcasmos y burlas, se columpian en ella, y con suma torpeza, caen al otro lado, y siguiendo la metáfora, se quedan en el suelo mirándote incrédulos sin saber qué esperar. Entonces sucede, mis ojos se inyectan en sangre, mi pelo en llamas, mis dientes se afilan y mi mirada se convierte en una flecha envenenada.
Y asustados, veo en sus ojos un gran arrepentimiento por haber cruzado esa línea.
Yo lo advertí, pero nadie me hizo caso, y hay algunas líneas que una vez cruzadas, no te permiten volver atrás. Y ahora, ya no puedo evitar lo que va a pasar…

devil

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