Ombligo trampolín

Y de vez en cuando la vida te hace un examen sorpresa de funambulista novato, agárrate entonces a dónde puedas para no caerte, y quizás puedas empezar las prácticas. No eran poco tus ojos, alfa y omega, brújula de cuatro Nortes, definición en el RAE de destino y belleza. Pero es que además, tu boca con forma de tobogán me llevaba a una paraíso de perfección y locura que había vuelto locos a muchos incautos, y sentía el miedo y los titubeos de los que hablaba Alicia poco antes de deslizarse por una madriguera en la que ardería para renacer como un fénix en un mundo tan nuevo como diferente, tan de ensueño como real.
¿Estaba listo para saltar a aquella piscina de la que una vez sumergido jamás podría salir seco? Tiempo atrás, quise creer que podía vivir sin querer, y el amor fue mi agua cuando el Sol de un desierto sin oasis amenazaba con atravesar mi piel y hacerme arena. Nunca me habían asustado los trampolines, salvo aquel con billete tan solo de ida, sin calderilla en un corazón en bancarrota para pagar un viaje de vuelta.
Tu imagen tatuada a boli bic en el fondo de mis retinas permanecía intacta, la caída perfecta de tu pelo enmarcando esos ojos y labios que no eran salvavidas de pasados naufragios, sino amaneceres de un mañana plácido. Contemplar tus curvas, en cualquier momento, me provocaba contorsiones imposibles y combustiones de deseo que parecían pedir que mi alma fuera leña, y yo quería arder. Aunque se me hubiera olvidado cómo besar lo aprendería en tu boca, aunque hubiera olvidado la memoria del tacto la recuperaría en tu piel, mi lengua trazaría en tu cuerpo un mapa que recorrer cada noche, y mis sueños más salvajes serían gobernados por tus pechos y tus caderas rebeldes. La caja de Pandora que tenía por corazón se abriría y haría mi locura recíproca, entre lágrimas de felicidad se diluirían nuestras mentiras inpronunciadas y miedos más arraigados, y después, mis manos y mi alma te harían el amor por primera vez. Jamás, en todas las vidas que recuerdo, había deseado nada con tanta fuerza, nunca una causa me había hecho tan suyo.
Levanté tu camiseta, y en esa piel aromática había escrito con rotulador un mensaje:
«Deposite aquí sus miedos y presione control + alt + suprimir»
Dejé de temblar y sonreí pensando que si en algún momento de mi vida debía renacer, aquel era el instante perfecto, con mis labios fundidos con tu ombligo.


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