Lluvias que acaban veranos

Estos últimos días mi vida ha estornudado. Lo suele hacer de vez en cuando, y como podréis imaginar, mi modo de entender estas contracciones del diafragma, es la de medir contrastes, para darle valor al Sol cuando vuelva, añorando tibiamente la calma para que cuando vuelva a mi vida, pueda esperarlo con los brazos abiertos, no sin antes haber sudado en brazos de la imprevisible lujuria. La montaña rusa llega a lo alto tras subir lentamente y se desprende frenética hacia abajo, te agarras a la barra, disfrutas, y gritas, en esta vida no te arrepientes de lo que haces, sino de lo que dejas sin hacer.

El frío eriza tu piel y te recuerda la mortalidad que olvidaste tirado en la hierba mientras el Sol bronceaba esa misma piel. Un disgusto puede ser una oportunidad, un beso puede convertirse en una promesa, un suspiro puede recordarte cómo debes respirar, o tan solo ser una pausa entre ciclos y nuevos comienzos. Monedas que giran creando universos paralelos, vidas que se desprenden de tu alma como los pétalos de una margarita a la que deshojas con cada decisión que tomas o dejas de tomar.

¿Cuales son los sueños de una estrella como el Sol? ¿Tiene fantasías eróticas? Claro que no, no seamos ridículos… nuestro regalo no es el alma, sino la conciencia, nuestro regalo no es la inteligencia, sino la posibilidad de encontrarnos en el espejo tan bien escondido que parece verse convertido en leyenda urbana. Somos dientes de león sin memoria de su origen, sin recuerdos del viento que inició su largo viaje… ¿Podría ser que a nuestro olvido queramos llamarle «Dios»?
 

Imagen de origen desconocido.
 
Mientras mis desvaríos prosiguen sin rumbo, las gotas de lluvia se deslizan por el cristal nerviosas, empapando corazones, cubriéndonos con su frío manto, ignorantes de la semilla de la primavera que traen con ellas.

Hay días que pasan de puntillas, lluvias que acaban veranos,
besos que esconden esquinas, amores que no recordamos.

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