Colección de despedidas

Hoy ha tocado día de despedidas, pero como tenía tapones de corcho he aguantado estoicamente, y tan solo algunas gotas se asomaron a la ventana de mih ohoh para compartir conmigo el momento, sin llegar a convertir mi mejilla en tobogán.

Por la mañana mi hermana pequeña, compañera de piso durante este último mes, mientras aterrorizaba a los madrileños anónimos en el metro con sus creaciones de maquillaje de cine y efectos especiales. Por un lado, esa necesidad de protegerla, de hacer su vida sencilla, de evitarle tormentos… por otro, esas ganas de que los problemas endurezcan su piel y se convierta en la mujer que puede llegar a ser. Lo comentado en otras ocasiones, es duro ver sufrir a quien quieres sin intervenir en lecciones a las que no debe faltar, pero poco a poco, va creciendo, ella decidirá si aprovecha o no sus oportunidades.

Al mediodía, una despedida diferente, el portero de mi empresa se jubila, y me doy cuenta de que venir a trabajar no será lo mismo sin él, sin su apoyo y sus bromas, sin su ayuda y entrega incondicional. De él he aprendido un par de cosas con las que mejorar el diseño del hombre que quiero ser, y también he tomado nota de otras en las que espero no caer. Una despedida emotiva, un aplauso sentido y multitudinario mientras las cabezas peleaban por su trocito de protagonismo en el evento, mientras el pobre hombre, emocionado, se quedaba sin palabras por primera vez en 12 años. En los ojos de quienes le acompañaban con discursos no había lágrimas, tan solo palabras más o menos sentidas que pierden gas cuando la estética hace de velo del sentimiento enmascarado, menos intenso del de aquellos que con cuerdas, intentaban esconder su emoción para evitar ser abducidos por unos grises cuyos corazones parecen olvidar por momentos la alegría. Se va una parte de nuestra sonrisa en el trabajo, y nada será igual, nuestra paleta pierde un color, otro más.

Día de despedidas… de los que el corazón es césped en una noche de partido, de los que te das cuenta de cuanto te importa alguien, de los que aprendes que un te quiero a tiempo llena mucho más que un «te echaré de menos», de los que te sientes estación de paso en un tren sin destino, de los días de invierno que te hacen valorar el calor de un abrigo y el de una amistad de fuego.

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